martes, 10 de noviembre de 2009

"Formación ... transformación en el Amor"

“La formación empieza cuando Dios nos llama, se da a conocer y gustar de tal manera que no lo podemos olvidar y, por lo tanto, nos hace capaces de cualquier sacrificio por El, ya que lo que más deseamos es permanecer en su amor. Por eso la fuerza de todo proceso de formación consiste en dejarnos transformar por el amor de Dios”.

“Venga el Espíritu Santo, brille su luz en nuestras mentes, su fuego encienda nuestros corazones y obre primero, en nosotros mismos, aquella transformación que deseamos lle-var a los demás”.

Queridísimos Hermanos y Hermanas:

El Dios del Amor, que nos colma de todo bien en su querido hijo Jesús, esté con todos no-sotros y permanezca siempre vivo en nuestros corazones.

Ya transcurrió un año de mi primera carta como Casero dirigida a toda la Familia Cala-briana y de la invitación que hice, siguiendo las indicaciones del X Capítulo General, a una verdadera renovación espiritual, a dirigir nuestros pasos hacia Galilea, que es una imagen de la transformación a la que somos llamados a vivir en este momento histórico de la Obra.

Les confieso que, más allá de las dificultades que hemos encontrado y las pruebas que el Señor nos ha mandado el año pasado, percibo en todos los miembros de la Obra un gran deseo de renovación y la confirmación, por parte de todos, que éste es el camino correcto para un retorno a los orígenes.

Tenemos un gran camino por hacer, por eso animo a todos a mantener levantada la mi-rada y a esforzarnos para dejarnos renovar por la fuente del Amor que es Dios Padre.
En esta segunda carta propongo el tema de la formación que parte de este recorrido in-dicado por el programa general del Capítulo. Añadimos a la formación el camino de fe y de oración como dos columnas para este año.

En la primera carta, de carácter más general, se indicaban los aspectos principales para una renovación espiritual en este tiempo y se indicaban algunas líneas programáticas para todo el sexenio. Esta carta, en cambio, quiere ser más específica para atraer la atención so-bre este tema tan importante para nosotros, religiosos y laicos de la Obra. Por este motivo les propongo algunos elementos bíblicos, teológicos, de nuestra espiritualidad y de lo coti-diano para despertar en nosotros el deseo de una verdadera formación e identificación con Cristo.

Creo que podrá ser un instrumento válido y práctico para la formación permanente y pi-do que cada uno la medite personalmente y en la comunidad para hacer una revisión de nuestra vida en este proceso de renovación sin el cual no podremos alcanzar una verdadera transformación de la Obra.

A lo largo del año serán enviados a las comunidades ulteriores subsidios para profundi-zar esta temática que serán consideradas, además, en los ejercicios espirituales personaliza-dos.
“La formación es una de las prioridades para este sexenio como lo pide el Documento Final del Xº Capítulo. La formación vista como instrumento en todos los niveles tanto co-mo para preparar los futuros Pobres Siervos como para ayudar a vivir esta vocación par-ticular a aquellos que ya son parte de la Obra. Debemos pensar en una formación que cambie a la persona, una formación que nos ayude a unirnos a Dios y a crecer en nuestra consagración para vivirla con felicidad. Una formación que ayude a los miembros de la Obra a crecer en la vida de santidad.

El tema de la formación es muy complejo y hay muchos libros escritos sobre este ar-gumento. Sin embargo antes de hacer una propuesta concreta en relación al tema de esta carta, permítanme una premisa importante para aclarar qué debemos entender cuando hablamos de formación y su significado más profundo.

Digamos que al respecto circulan varias ideas en nuestras realidades y en nuestros can-didatos:

.Una cierta identificación entre formación y observancia: se considera “formada” aque-lla persona que observa los horarios, las formalidades, los compromisos exteriores, personales y comunitarios que han sido tomados…”Es un buen religioso, religiosa o sacerdote”.
.La tendencia a identificar los estudios académicos y la formación: se piensa que la per-sona está “formada” porque concluyó los estudios de filosofía o teología, o porque obtuvo un determinado título académico, o solamente porque “es muy inteligente”.
. Existe una cierta identificación entre formación y carrera: la persona es “formada” cuando ya tiene años de profesión simple; porque es profeso de votos trienales o porque recibió la ordenación sacerdotal. Observó fielmente lo que establecen las normas de la Igle-sia y de la Congregación. Hizo una buena carrera y es un religioso, sacerdote, religiosa “profesional”.
.Cierta identificación entre formación e información: la persona se siente “formada” porque recibió una cantidad suficiente de información sobre la realidad humana, doctrina de la Iglesia, vida religiosa, los votos, la misión, etc. Está informada, por lo tanto, se siente formada.

Con esta premisa no quiero decir que no sean necesarios los contenidos apenas citados; pero la formación es mucho más. Retomando el título de la carta quiero hablar de forma-ción como “transformación en el amor”, porque sin esta experiencia basilar de la vida humana no se puede construir una vida cristiana y religiosa.

La formación consiste en hacernos siempre más discípulos de Cristo, crecer en la unión con El y en configurarnos a El. Este proceso exige una conversión continua, un despojarnos de sí, del propio egoísmo, caminar según el Espíritu, revestirnos de Cristo hacia la plenitud de Cristo.
La configuración con Cristo se realiza en la identidad con el propio carisma y a las identificaciones del propio Instituto: espíritu, características, finalidad, tradiciones.

Por lo tanto la formación no es sólo la inicial, sino también la permanente. Una está im-plicada en la otra, incluso cuando en la Congregación hay una formación permanente con-creta por la que se sabe donde ir, la formación inicial se inserta en esta óptica.

“La formación es, de por sí, permanente. Y solamente a partir de esta acepción ini-cialmente amplia será posible, luego, subdividir los tiempos de la misma formación en pe-ríodos, cada uno con sus diferentes características y su incidencia más o menos señalada. Pero solamente a partir del concepto de formación permanente que se puede hacer derivar o deducir lo que es la formación inicial, no lo contrario. La formación permanente no es lo que viene después de la formación inicial, sino que es lo que la precede y la hace posible, es la idea-madre o el útero generador que la protege y le da identidad”.

Esta transformación es un proceso de amor que abarca a toda la persona en su humani-dad y espiritualidad. Es un recorrido que comenzó un día en nuestra vida y continúa hasta el final.
El Espíritu Santo es el autor de la formación, porque es el fuego de amor que renueva nuestra mente y nuestro corazón para mover nuestra voluntad en la búsqueda de Dios Padre fuente de amor. «…Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él » (1 Jn 4, 16). Estas palabras de la primera carta de Juan expresan con claridad me-ridiana el corazón de la fe cristiana: la imagen cristiana de Dios y también la consiguiente imagen del hombre y de su camino. Además, en este mismo versículo, Juan nos ofrece, por así decir, una formulación sintética de la existencia cristiana: « Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él ».

Hemos creído en el amor de Dios: así puede expresar el cristiano la opción fundamental de su vida. No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva”.

Queremos avanzar en este camino con mucha humildad y simplicidad pero, al mismo tiempo, con mucha profundidad porque considero que hoy, en el mundo en que vivimos, con todos los desafíos que hay, debemos colocar en el centro de nuestra vida cristiana y religiosa el amor como fuente y manantial para vivir nuestra vocación en el día a día. Hagamos una aclaración: nos referimos al amor del que habla del papa Benedicto XVI en la primera parte de la encíclica “Deus caritas est”.

Cuando Dios nos pide amar no nos impone un mandamiento que tiene que ver con un sentimiento que no podemos suscitar en nosotros mismos.

El amor no es sólo un sentimiento. Es una respuesta a un acontecimiento que “en primer lugar” sucede y que se impone en la vida y que empuja a un libre compromiso personal. El hombre, justamente, que sobre la tierra es la única criatura que Dios quiso por sí misma, no puede reencontrarse plenamente a sí mismo si no es por medio de un don sincero de sí. El amor provoca en el amante un movimiento orientado al encuentro pleno con el amado, a un don total de sí que tiene como última intención la unión afectiva con el Amado. El aconte-cimiento del amor, nos recuerda Benedicto XVI, es siempre un encuentro con una Persona. “la experiencia del amor… ha llegado a ser verdaderamente descubrimiento del otro, su-perando el carácter egoísta que predominaba claramente en la fase anterior.

Pensando en esto observo la fatiga para vivir esta importantísima dimensión en la vida personal, en las familias, en la vida comunitaria, en la vida consagrada, porque el amor es lo que permite a nuestro corazón a abrirse y a aceptar el amor de Dios y a expresar este amor donándonos a los demás.

“…El desarrollo del amor hacia sus más altas cotas y su más íntima pureza conlleva el que ahora aspire a lo definitivo, y esto en un doble sentido: en cuanto implica exclusividad —sólo esta persona—, y en el sentido del « para siempre ». El amor engloba la existencia entera y en todas sus dimensiones, incluido también el tiempo. No podría ser de otra mane-ra, puesto que su promesa apunta a lo definitivo: el amor tiende a la eternidad. Ciertamen-te, el amor es « éxtasis », pero no en el sentido de arrebato momentáneo, sino como cami-no permanente, como un salir del yo cerrado en sí mismo hacia su liberación en la entrega de sí y, precisamente de este modo, hacia el reencuentro consigo mismo, más aún, hacia el descubrimiento de Dios…”.

En este sentido, en el mundo de hoy, en las familias, en la vida consagrada, se hace di-fícil vivir la dimensión de la exclusividad y de la fidelidad “para siempre”. Somos cons-cientes de la fragilidad humana pero, al mismo tiempo, debemos mirar con más objetividad el porqué de ciertos abandonos en la vida consagrada, sacerdotal y matrimonial. Me pre-gunto: ¿no se dará esto por la falta de “formación” en esta dimensión del amor? ¿Cómo dar espacio realmente al Espíritu Santo en nuestra vida personal y comunitaria?

Jesús dice en el evangelio: “Ustedes son la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve insí-pida, ¿cómo podrá ser salada de nuevo? Ya no sirve para nada, por lo que se tira afuera y es pisoteada por la gente” (Mt 5, 13).

Es una triste realidad y posibilidad que la vida cristiana y consagrada pierdan el sabor hasta el extremo de no tener más nada que decir ni dar a los otros volviéndose tibias, me-diocres e insignificantes incluso para nosotros. Se puede continuar haciendo todo con fide-lidad, pero sin alegría, gratuidad: todo se calcula y se mide con una mentalidad del deber por el deber hacia nosotros y hacia los demás: “a él le toca hacer”. Todo pesa, todo cansa.

Por otra parte podemos transformarnos en sal más cargada de sabor, porque Jesús es la sal. En una vida que siempre crece, la sal se vuelve más sabrosa: vidas plenas, que experi-mentan el céntuplo hasta el final, vidas que hablan aún sin decir palabras, porque lo que tocan, lo que hacen es irradiación del amor de Dios. Es el ser de ellos mismos que habla de Dios porque vive plenamente en ellos.

¿Dónde está la diferencia entre una vida mediocre y una vida que habla de Dios y hace de ella un canto de amor? Me parece que la diferencia está en la relación personal y viva con Cristo, una relación no sólo a partir de cuando hemos sido llamados sino que continúa todavía hoy y que crece y se transforma en la fuente del Amor.

“(…)la vocación del hombre es el amor (…) vivir en el amor, crear en el amor: sólo así la persona humana se crea a sí misma, se protege a sí misma al interno de una identidad que crece hasta alcanzar el amor de Cristo, el amor perfecto (…) La voluntad de amor, una voluntad orientada a la comunión, una voluntad dirigida al otro con amor, por amor y en el amor (…) no hablamos de algo romántico, sino profundamente serio, incluso dramá-tico. La voluntad de Dios es, prácticamente, una sola: que todas las personas se puedan descubrir amadas por Dios Padre y que puedan aceptar este amor con una respuesta de amor (…) el amor de Dios debe experimentarse por cada uno en modo totalmente personal (…) La verdadera formación entonces es lo que ayuda a la persona a entrar en esta diná-mica y a superarla en el modo exacto, es decir, por medio del sacrificio de la propia volun-tad, adhiriendo a la voluntad de Cristo, comprendiendo intelectualmente en modo convin-cente que no es importante lo que hago, ni tampoco lo que soy, sino que lo que soy sea tan radicalmente unido en Cristo que, por medio de mí, aparezca El y que lo que hago, lo hago con Cristo y en Cristo. Es importante que El actúe por medio de mí, y así también el modo de Cristo se realice”.

Querido hermano y hermana, te invito a comenzar este recorrido con un corazón abierto y a recibir esta carta con fe para realizar en tu vida cotidiana este experiencia profunda para renovarnos juntos, según nuestro carisma.

La formación como transformación en el amor en la Biblia

La formación es un proceso de configuración en el Amor que tiene como finalidad la transformación de la persona para que viva los mismos sentimientos de Jesús, el Hijo ama-do. El Espíritu Santo, la Palabra de Dios y la misma persona son los sujetos de este proce-so.

Desde el punto de vista bíblico la configuración en el amor nos lleva al “paralelismo” Palabra-escucha. La revelación bíblica atribuye una importancia excepcional a la escucha de la Palabra. Palabra y escucha forman relaciones dinámicas entre Dios-Pueblo-Dios, pero también entre Persona-Persona. El hecho de hablar no tendría sentido si no fuera orientado a alguien que escucha.

¿Qué significa hablar/escuchar en sentido antropológico/bíblico? El ser humano está dotado del sentido del oído, la oreja es el órgano encargado para esta percepción. Como otros vivientes, el hombre escucha los sonidos y, en base a la experiencia, los sabe recono-cer e interpretar. El hombre, al contrario de los animales, reconoce en el sonido la voz y, en la voz, la palabra: “el oído aprecia las palabras como el paladar gusta los manjares” (Job 34, 3). El habla se orienta al oído pero, para que la palabra pueda mediar en la relación en-tre dos personas, debe ser escuchada en una sede de inteligencia, de comprensión. Según las categorías bíblicas la palabra debe pasar desde el oído al corazón: “Que tu oído se abra a la sabiduría, que tu corazón se doblegue a la verdad” (Pr 2, 2). “Hijo mío, pon atención a mis palabras, oye bien mis discursos. Tenlas presentes en el espíritu, guárdalas en lo más profundo de tu corazón” (Pr 4, 20-21).

La escucha del corazón define la calidad espiritual del hombre.

“El hombre existe porque Dios le dirigió la palabra, lo llamó a la existencia llamándo-lo a ser su interlocutor. La vocación es la Palabra que Dios dirige al hombre y que lo hace existir imprimiendo en él la impronta dialogal. La vocación precede a la persona misma. El hombre puede comprender su vida como el tiempo que le fue dado para este diálogo con Dios. Si el hombre fue creado a partir de la conversación con Dios y es así aquel que es llamado a hablar, a expresarse, a comunicarse, a responder, el tiempo que tiene a disposi-ción puede ser entendido como el tiempo para la realización de su vocación. Esto significa que la vocación del hombre es la vida en el amor, en aquel amor en que fue creado y desde el cual fue renovado con la redención”.

Proceso formativo en el Primer Testamento: crear un corazón que escucha

El Dios bíblico es un Dios que habla y se revela insistiéndonos a vivir una relación de alianza con El. Cuando el ser humano acepta esta invitación y adhiere a la vocación que Dios tiene sobre él, empieza un proceso de configuración de la vida según el deseo profun-do de Dios que se revela. Y este proceso empieza con la escucha de la Palabra del Dios que habla.

El Pueblo de Israel nace de la experiencia de la escucha de Dios. En el corazón de la historia de Israel narrada en el Primer Testamento encontramos el mandamiento: “Escucha Israel” (Dt 6, 4).

Dios, en el Sinaí, hace oír su voz al pueblo que tiene conciencia de ser portador de una revelación del Dios Viviente. Esta experiencia deja huellas profundas e imborrables en toda la historia de Israel.

El proceso formativo en el Antiguo Testamento quiere crear en la persona un corazón que tenga una profunda capacidad de escucha. La escucha en el sentido bíblico significa “hacer” lo que Dios dice en la Torah y en los acontecimientos de la historia. Hay una acti-va adhesión en el mismo momento en el que el oído percibe el sonido de la Palabra de Dios en la boca de Moisés: “Mejor acércate tú para oír todo lo que diga Yavé, nuestro Dios, y luego tú nos las dices para que las pongamos en práctica” (Dt 5, 27). “Oír”, luego “hacer”: esto es “escuchar” para Israel.
El texto fundamental del proceso formativo para crear un corazón que escucha la Pala-bra y configura la vida según la Torah se encuentra en Dt 6, 4-9. “Escucha Israel” se puede decir en el sentido en que todo el pueblo se identifica como una persona, como un discípu-lo. Sin embargo, esta personalidad colectiva significa que Israel, en cuanto tal, está llamado a escuchar de tal manera que la escucha pasa a ser un fenómeno individual, personal. Cada persona está llamada a escuchar pero sólo dentro de una comunidad, de una colectividad. La escucha es posible en un clima de sensibilidad y comunión de fe con todo el pueblo.

En Dt 6, 4b hay un doble contenido: revelación de la alianza por el que Israel se consti-tuye como pueblo y lo habilita para la escucha. Pero sobre todo el Señor es uno, significa no solamente que no hay otros dioses, sino que está unificado en sí mismo, en una unidad. Ya que el Señor es uno debes amar al Señor con todo tu ser, en tu unidad, de modo unifica-do. Su unidad exige tu unidad.

El Señor es uno, además es el fundamento del precepto del amor que encontramos en el versículo 5: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas”. Son expresiones que conocemos de memoria pero es necesario interiorizarlas y realizarlas concretamente: nadie puede amar en tu lugar y tu debes amar con lo que eres, en las ocasiones y en las circunstancias que encuentras, con todo su ser y tus capacidades.

La totalidad del amor apunta a la unicidad. No se puede reservar nada a otros ídolos, porque Dios ama a Israel con un amor exclusivo, “con todo tu corazón, con toda el alma, con todas tus fuerzas”. Las tres facultades que se nombran son el corazón, el alma y las fuerzas, es decir, con todo tu ser.

En el v. 7 se habla también de otras partes del cuerpo humano para subrayar la totalidad del precepto de la escucha y del mandamiento del amor de Dios, en realidad el órgano de la escucha no es tanto el oído cuanto el corazón. El v. 6 dice: “Graba en tu corazón los man-damiento que yo te entrego hoy”.

La escucha para ser completa debe convertirse, a su vez, en palabra; ese es el sentido del v. 7. Es como un ciclo: al inicio está la Palabra de Dios, Israel escucha, y luego Israel debe ser portavoz de Dios y la escucha no es auténtica si no se hace palabra. “Shema” en hebreo quiere decir escuchar, obedecer y hablar (trasmitiendo a los demás lo que se ha es-cuchado). Es importante en este texto no sólo el precepto de la escucha sino también el de la narración. La palabra pide ser escuchada; la escucha exige la palabra que ha sido oída.

Hay, además, otras acciones (vv. 8-9) que dieron origen a algunas costumbres en el am-biente farisaico, como las filacterias, conteniendo textos de la Palabra, que debían ser cons-tante signo visible de la Palabra escuchada. Aquí se reclama un criterio de unidad entre mente, corazón y mano; entre lo que se piensa, lo que se oye, lo que se hace.

La pedagogía de la escucha hizo que el Pueblo de Israel creara “estructuras formativas” con el fin de educar a la persona y a la comunidad en el arte de escuchar. Las tradiciones orales tratan de trasmitir a las nuevas generaciones el patrimonio espiritual y vital de la historia de los antepasados.

La sinagoga es el lugar donde se escucha la “Torah” y se buscan los elementos funda-mentales para la vida del israelita piadoso. La escucha no es un momento en la vida sino un modo de ser, de vivir.

La calidad ética de la persona y de la comunidad es proporcional a la calidad y profun-didad de la escucha de la Palabra. El culto en el Templo, las numerosas fiestas religiosas y todos los gestos simbólicos quieren ayudar a la persona y al pueblo a mantener viva la me-moria histórica y el imperativo vital de la escucha de la “Torah”.

La vocación profética nace de la escucha, es decir, al inicio de todas las vocaciones en-contramos el binomio Palabra-Escucha. Cuando el ser humano tiene una profunda capaci-dad de escucha está en grado de percibir la voz de Dios que lo llama a vivir una misión a favor de su pueblo, tal como lo hacían los profetas que leían la historia con los “lentes de la Torah”.

Al inicio de la vocación en el Antiguo Testamento hay siempre un “oído y un corazón” que escucha la Palabra de Dios que revela una misión para realizar. Cuando no hay escu-cha, no hay vocación ni conciencia de la misión. Por esto en el centro de la espiritualidad y del proceso formativo del pueblo de Israel encontramos el imperativo “Escucha Israel” y el profundo deseo que dice:

En el camino de la fe bíblica (...) existe un solo Dios, que es el Creador del cielo y de la tierra y, por tanto, también es el Dios de todos los hombres (…) lo cual significa que esti-ma a esta criatura, precisamente porque ha sido Él quien la ha querido, quien la ha « hecho ». Y así se pone de manifiesto el segundo elemento importante: este Dios ama al hombre (…) su amor, además, es un amor de predilección…”.

“Escuchar es amar, escuchar a Dios es aceptar a Dios en persona en nosotros. Aquí empiezan las grandes transformaciones en el corazón del hombre. Escuchar es colocar a Dios al centro de nuestra oración. Cuando se aprende a escuchar a Dios, entonces va pe-netrando en nosotros la profundidad de Dios. La vida espiritual profunda comienza cuando Dios puede hablar a nuestro corazón (…) cuando tenemos el coraje de fijar nuestra mirada en los ojos de Cristo y El puede decirnos lo que tiene que decirnos”.

2. Proceso formativo en el segundo Testamento: “Fíjense bien en la manera como escuchan” (Lc 8, 4-21)
El Dios bíblico que habla y, al hacerlo, se revela a sí mismo en la plenitud de los tiem-pos, se hace “ser humano” y habita en medio de nosotros. En el misterio de la encarnación el binomio Palabra-Escucha se convierte en la persona que es Jesús de Nazaret. La Palabra “se hace carne” para estar más cerca del hombre que debe hacerse “oído” para escuchar con el corazón y vivir en la misión lo que ha escuchado. El misterio de la encarnación asume en la unidad la dinámica del hablar y escuchar como camino de salvación.

Jesús en el proceso formativo con los apóstoles dio una fundamental y decisiva impor-tancia a la pedagogía de la escucha, particularmente, cómo se debe escuchar.
Si miramos la historia vocacional de los primeros discípulos, veremos que todo co-mienza con la escucha de la Palabra de Jesús que los invita a “dejar las barcas, las redes, la familia, los amigos (…) y muchas otras cosas”, para vivir un proceso de formación en el cual el arte de la escucha se desarrolla y profundiza. En las relaciones con la multitud o en la intimidad del grupo de los Doce, Jesús insiste sobre la escucha y el modo como se escu-cha, según la triple dimensión de la tradición hebrea: Palabra – Escucha – Acción.

El instrumento pedagógico más apreciado por parte de Jesús son las parábolas, que permiten reflexionar sobre el modo de vivir en profundidad. En el Primer Testamento el proceso formativo tenía como finalidad crear un corazón con profunda capacidad de escu-cha. En el Segundo Testamento el fin es formar un corazón que preste atención a cómo se escucha en el modo correcto. Nos sirve de ejemplo la parábola del sembrador en Lc 8, 4-15 y Mt 13, 3-23. Los diferentes modos de escucha corresponden a los diversos niveles forma-tivos que cada discípulo puede vivir en su historia vocacional y en su misión. El discípulo es quien escucha al Maestro. Esta escucha puede ser superficial y estéril, sin profundidad. Jesús ayuda a los discípulos y a la multitud a mejorar su capacidad y profundidad para es-cuchar y vivir la Palabra. Las acciones de Jesús son acciones salvíficas porque traen salva-ción y vida nueva en todos los niveles que es recibida; además es pedagógica porque edu-can a los discípulos a hacer las mismas acciones en la misión que Jesús les confía.

La comunidad de los discípulos es el lugar primordial donde Jesús practica su proceso formativo para transformar, en el amor, la vida de los discípulos. Todo esto no se vive en modo teórico sino con un estilo de vida concreto. Jesús “forma” ofreciéndose a sí mismo como ejemplo. No propone teorías sino “estilos de vida”. El proceso formativo de Jesús tiene una triple dimensión: Escucha – Purificación – Configuración en el Amor, para ser testigo, “Evangelio viviente”. Jesús profundiza la triple dimensión del proceso formativo del Primer Testamento: Palabra – Escucha – Acción.
En el relato de Mc 1, 14-45 encontramos la descripción de la actividad de Jesús al inicio de su ministerio en Galilea. Mirando más de cerca encontramos siete acciones salvíficas y pedagógicas.
a. Mc 1, 16-20: Jesús llama a los primeros discípulos para formar la comunidad que será el lugar primordial de las acciones pedagógicas de Jesús en la formación de los discípulos.
b. Mc 1, 21-28: Jesús libera a la persona de todas sus cadenas, particularmente aque-llas construidas en el interior del corazón.
c. Mc 1, 29-31: Jesús sana la persona de todas sus enfermedades que le impiden vi-vir una vida de servicio.
d. Mc 1, 32-34: Jesús es fuente de esperanza y de vida para todos los afligidos y desorientados en el camino de la vida. La vida frágil encuentra, en Jesús, acepta-ción, compasión y sanación.
e. Mc 1, 35-37: Jesús dedica un tiempo cualitativamente valioso a la oración perso-nal en intimidad con el Padre. Aprender a rezar es una parte esencial en el proce-so formativo de Jesús con sus discípulos.
f. Mc 1, 38-39: Jesús no se deja guiar por el éxito fácil y rápido. La comunión con el Padre lo ayuda a mantener una mentalidad abierta y misionera.
g. Mc 1, 40-45: La compasión de Jesús tiene su momento de acogida y sanación además de un momento vocacional: la persona curada pasa a ser un alegre testigo de Jesús.

Cuando los discípulos de Jesús irán a la misión por todo el mundo llevarán estas accio-nes en la comunidad y como comunidad. Con este modo de comportarse, serán vistos y reconocidos como comunidad que sigue a Jesús. Aquí podemos profundizar el texto de Jn 21, 15-19: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?...Señor, tú sabes que te quie-ro…”. Me parece que éste sea el momento culminante en el proceso del que sigue a Jesús en la vida cristiana y, particularmente, en la vida consagrada, “amar a Él”, y la misión se entiende y se vive sólo en la dimensión de este amor total más allá de nuestra fragilidad. En este sentido y a la luz de lo que hemos visto hasta ahora en los diferentes relatos, el criterio esencial para iluminar y calificar el proceso formativo es EL AMOR… (PALABRA - ES-CUCHA – PURIFICACIÓN – CONFIGURACION – MISION) EN EL AMOR, POR AMOR Y CON AMOR.

Todo el proceso formativo (inicial y permanente) es un crecimiento continuo que no se detiene, porque el Amor nos abre el corazón a una experiencia con la Palabra y con la per-sona de Jesús que es siempre nueva. La vocación se renueva cada día con nuevo entusiasmo y alegría, superando todo lo que puede cerrarse a esta relación de amor. “La Palabra que es una Persona viva que me habla, para conocerla no tiene necesidad de atacarla con mis ideas, mis preconceptos. En cambio debo asumir esa actitud humilde que predispone al otro para que pueda revelarse. Cuando entre nosotros y la Palabra hay una relación seme-jante al Amante y la Amada del Cantar de los Cantares, entonces caen los misterios (…) Debemos aprender a detener el corazón y “amansar” el propio corazón para con ella” , como la experiencia que hizo don Calabria siendo “evangelio viviente”.

La formación y transformación en San Juan Calabria

En esta visión de la formación como “transformación en el amor” y después de haber profundizado la temática en la Biblia, podemos entender con más precisión lo que fue la formación y la transformación en san Juan Calabria. El centro de toda la actividad formati-va de don Calabria fue la Palabra de Dios encarnada y vivida: “Sean evangelios vivientes” decía a menudo a todos. En su experiencia la formación es el Amor (Palabra – Escucha – Purificación – Configuración – Misión) en el Amor, por Amor y con Amor.

Don Calabria no escribió proyectos formativos específicos para que sean aplicados en la formación de los candidatos a la vida religiosa o de los laicos en la Obra. Las líneas que forman un verdadero Pobre Siervo, Pobre Sierva, Misionera de los Pobres y los laicos cala-brianos las encontramos en sus escritos: “el amor, la comunión y la unión con Dios Padre a la base de todo”. Don Calabria, como Jesús, no ofreció proyectos formativos sino estilos de vida.

Don Calabria está profundamente convencido que solamente las almas pueden actuar sobre las almas en modo que pueda ser transformado algo en el interior, algo de vivo, algo que se transforme en germen y crezca. Hay un solo medio que puede hacer mejor a los hombres, más puros, más desinteresados, más santos: ser buenos, ser puros y santos noso-tros mismos. Se dice que el santo es una prédica viviente, muy eficaz. Por eso, en esta óptica la formación es una transformación interior de una experiencia de amor que permite a la persona ser siempre más abierta a la acción del Espíritu Santo en la vida, concientes de manifestar a los otros aquella transformación que viene de Dios. Podemos entender con más claridad la expresión de don Calabria: “Recipientes y canales”: el Amor que brota de nuestra vida no nos pertenece, viene de Dios.

Hablando de la formación de los sacerdotes, podemos decir que más se profundiza en el pensamiento de don Calabria, se descubren nuevos aspectos que muestran ese rol “pionero” y anticipador de la renovación conciliar. El Cristocentrismo, en la formación y en la vida, se percibe en la lectura de sus libros (“Amar”; “Perchè non scenda la notte sul mondo”; “Apostolica vivendi forma”, “Instaurare omnia in Christo”). Don Calabria sugiere una formación más humana e invita claramente a cultivar las virtudes humanas.

Mirando en profundidad a la Iglesia y su misión en el mundo, don Calabria percibía la urgencia de “formar sacerdotes y religiosos según el Corazón de Dios, que vivan “more Apostolorum, sine pera, sine sacculo; gratis accepistis, gratis date” y de formar a Herma-nos llenos del fuego del amor de Dios, que se difundan por todos lados, accediendo con el buen ejemplo, con la palabra y el espíritu evangélico”.

Al leer los escritos de don Calabria y mirando de cerca su vida, vemos claramente como hizo este recorrido de unidad e intimidad en la experiencia del amor de Dios. Un amor tan sólido y puro que nos permite ver el íntimo de su alma. Me impresionó particularmente lo que escribió a sus alumnos y candidatos a la vida sacerdotal (puede referirse y usarse cla-ramente para la vida religiosa) acerca del programa de vida. Lo cito completo porque me parece una joya y evidencia sobre todo lo que me parece actual también para nosotros hoy día.

“Programa de vida.
Núcleo de mi formación será, con todos los medios, desear conocer a Jesús, para amar-lo, para que sea el ideal de mi vida.
1. Y para conocer a Jesús:
.Haré un estudio particular del santo Evangelio y todo aquello que me hable de Jesús como ser alguna vida de Cristo.
.Haré seriamente mi meditación, considerándola el mejor medio para conocerlo e imi-tarlo (la prepararé desde la noche anterior y sobre todo con la oración).
.Usaré bien el examen de conciencia (preventivo a la mañana – particular – general) pa-ra quitar de mi conducta todo lo que puede desagradar a Jesús y para practicar todo lo que pueda facilitar la imitación de Jesús.
N.B. Para hacer más eficaz mi trabajo seguiré las orientaciones de mi Confesor, trataré que sea estable y del Padre Espiritual. Trataré con ellos con la más amplia simplicidad, na-turalidad, humildad y confianza sabiendo que con la ayuda de ellos trabajaré mejor a favor de mi alma.

Para amar a Jesús:
.Respetaré con seriedad todas mis prácticas de piedad y trataré de no descuidarlas. Se-rán, a menudo, objeto de mi examen particular.
.Procuraré participar de la mejor manera a la S. Misa, escuchándola litúrgicamente con el misal.
N.B. Trataré de tener siempre alguna intención definida.
.No dejaré pasar el día sin hacer alguna visita al Santísimo; breve pero fervorosa.
.Trataré de rezar bien el rosario, en unión con María, buscando algún provecho según mis necesidades y estado de ánimo.

Para servir a Jesús
.Respecto a los superiores
.Trataré de tenerles la máxima estima. Evitaré cuidadosamente las murmuraciones co-ntra ellos.
.Me fijaré en sus buenos ejemplos y viviré sus recomendaciones, con la seguridad de empaparme así del espíritu de la Casa.
.Para facilitarles la seria y difícil tarea de mi formación les pediré a menudo si tienen para conmigo alguna observación y corrección, y los escucharé con humildad y docilidad.

.Respecto a los compañeros.
Como norma general me esforzaré de ver a Jesús en todos ellos.
.Usaré la caridad con todos, mayores o menores de edad.
.Estaré atento para no disgustarlos jamás voluntariamente (evitando frases, apodos que puedan ser ofensivos).
.Si tuviese la posibilidad de ayudarlos material o espiritualmente lo haré con generosi-dad (siempre de acuerdo al consejo del Padre Espiritual).
.Estaré atento para vencer los pensamientos de envidia o de celos, de simpatía o antipa-tía para no dar jamás a nadie mal ejemplo.
.Trataré a todos con el máximo respeto evitando cualquier tipo de familiaridad o prefe-rencia. Recordaré la hermosa norma del cardenal Ferrari: Amarse como hermanos y respe-tarse como soberanos.

.Respecto a mis reglas.
Como grabadas en el corazón recordaré que ellas son la expresión genuina de la volun-tad de Dios en mi formación. “Qui regulae vivit Deo vivit”.
.Tendré igual estima para con todas ellas.
.Las leeré a menudo, posiblemente tres o cuatro cada día para luego examinarlas. Espe-cialmente tendré presente aquellas que más frecuentemente son motivo de falta. Me dejaré ayudar por el Padre Espiritual para observarlas lo mejor posible.

.Seré muy cuidadoso en proteger mi vocación y haré todo lo necesario para desarro-llarla y enriquecerla.
.Recurriendo a la oración y manifestando con prontitud y claridad las tentaciones y difi-cultades al Confesor y al Padre Espiritual.
.Amando la virtud de la pureza y usando todas las normas de mortificación interna, ex-terna y de modestia que me sugiera la ascética.
.Pidiendo a Jesús y a la Virgen un gran amor por las almas.
.Aprovechando las ocasiones para ejercitarme en la humildad, protectora de la vocación y de la pureza.
.Entrenándome a un espíritu de sacrificio y de renuncia recordando que si Jesús es la “víctima de los sacerdotes”, los sacerdotes deben ser víctima suya.
.Alejando la tristeza como uno de los más grandes peligros para mi vocación.
En todo este trabajo pondré la mirada en la Virgen y me sentiré cerca de ella. Le pediré ser apóstol desde ahora. Colocaré en sus manos mi vocación, mi formación, mi vida futura, pidiéndole de ayudarme a ser uno con Jesús, con ella y con mis hermanos”.

De este programa de vida se deduce todo el recorrido del crecimiento espiritual de don Calabria desde el inicio y lo que él propone como camino formativo. Usa un lenguaje de su época, sin embargo, los principios son todavía válidos para hoy: “Conocer, Amar y Servir a Jesús”; éste es el centro de la formación como transformación en el amor que él vivió y propuso como su gran plan de vida.

Don Calabria vivía habitualmente en una comunión espiritual de vida, de pensamiento, de sentimiento, de acción con María Madre de Jesús. Con ella, con su protección e interce-sión materna se movía, obraba, hablaba y rezaba; por sus benditas manos ofrecía a Cristo Señor sus tareas apostólicas, el bien que emanaba, las amarguras que le costaban, los éxitos y los fracasos. A su Corazón Inmaculado se consagraba totalmente e invitaba a otros a esa consagración. “La Caridad tiene dimensiones más grandes que cualquier cosa y puede triunfar en todo”, afirma don Calabria en el artículo “Desahogo del alma”, y luego agrega esta oración a la Madre del Divino Amor: “Aquella que fue la Madre de Dios porque ha creído (Lc 1, 45) abra nuestras luces a la visión del Amor, y este Amor debe abarcar a to-dos nosotros, sacerdotes y religiosos; solamente para eso fue colocado para nosotros en la Iglesia de Dios, es decir, seremos sacerdotes santos, evangelios vivientes”.

“…No basta predicar, hablar, actuar; todas cosas lindas y buenas; primero de todo hay que practicar lo que Jesús y los apóstoles han predicado: Sacerdos alter Christus. Y como el sacerdote, quien quiera ser apóstol, debe ser perfecto imitador de Cristo. Somos evangelios vivientes y antes de predicar, practiquemos. El evangelio sea tomado a la letra: sólo en esto está nuestro patrimonio, el secreto para cumplir grandes cosas. Pero para ser evangelios vivientes, para tener el espíritu del evangelio, es absolutamente necesario pedirlo al Señor. Debemos estar convencidos que somos cero y miseria, pero unidos al Señor y respirando su espíritu, haremos verdaderos milagros (…). Es necesario, mis queridos, que se pueda decir de cada Pobre Siervo, Hermano o Sacerdote que sea: El es Jesús…

Nuestra única preocupación sea buscar el santo Reino de Dios y su justicia, por medio del estudio práctico de nuestro Señor Jesucristo, procurando, con su ayuda divina, de ser evangelios vivientes, plenos, desbordantes de caridad para todos, para todas las almas (…). Nuestra riqueza, nuestro seguro patrimonio está sobre el santo evangelio vivido”.

Concluyendo esta parte y hablando de la transformación en Don Calabria, creo que sea muy oportuno pensar y actuar seriamente sobre la base de esta propuesta de programa de vida personal y comunitaria que nos ayuda a vivir en un plano sobrenatural en la cotidiani-dad de la vida. No se puede improvisar la vida espiritual, tenemos necesidad de un proyecto preciso y claro. Podemos decir que también hoy para nosotros se propone el mismo recorri-do que en palabras más modernas definimos “discernimiento”, como camino principal de escucha de la Palabra de Dios para conocer y amar a Jesús, y la “revisión de vida”, como camino para servir a Jesús en la persona de los demás y crecer en la comunión y en el amor.

Quisiera proponer como necesario y como camino formativo en este sexenio “el dis-cernimiento” y “la revisión de vida” para llegar a aquella transformación del corazón que todos deseamos. En relación a este camino formativo deseo que los períodos sabáticos o de formación y los materiales que llegarán a las comunidades para la reflexión, nos ayuden a entender mejor lo que propongo como línea programática respecto de la formación inicial y permanente.

El “Discernimiento” y la “Revisión de vida” ofrecerán a las comunidades y a toda la Obra elementos carismáticos para preparar la revisión de las obras que iniciaremos en el 2011, cuando examinaremos lo que ellas significan a la luz de la fe y su coherencia con el fin de “Buscar en primer lugar el Reino de Dios y su justicia…”.

Esto se podrá hacer en la medida en que nos comprometeremos en la formación, dejan-do transformar el corazón por el amor. Así podremos responder hoy a los nuevos desafíos de la humanidad en la fidelidad al carisma y al espíritu puro y genuino de la Obra.

Formación, una transformación del corazón

“…Los rociaré con agua pura y quedarán purificados; los purificaré de todas sus im-purezas y de todos sus ídolos. Les daré un corazón nuevo y pondré dentro de ustedes un espíritu nuevo. Quitaré de su carne ese corazón de piedra y les daré un corazón de car-ne…” (Ez 36, 25-26):
llegados a este punto de la carta, quisiera hacer una propuesta concreta partiendo del lenguaje bíblico y de la experiencia de don Calabria, para profundizar este concepto de la formación como una transformación del corazón tomando el pensamiento bíblico: “se escu-cha con el corazón”. El “rostro” del Dios de Jesús es un rostro de Ágape, de Amor. Don Calabria descubrió este rostro leyendo el evangelio pero también contemplando el “rostro del hombre” que lleva impreso en sí la imagen del Creador.

“La relación entre Dios y el hombre se cumple en el Espíritu Santo, la persona divina que permite que el hombre sea partícipe del amor del Padre en el Hijo. Esta participación, es decir, la presencia del amor divino en el hombre hace posible el acceso a Dios y al hombre, creado en este amor”.

Una de las vías para llegar a esta transformación del corazón es el discernimiento. Un discernimiento que hace parte de la relación vivida entre Dios y el hombre, mejor dicho, es un espacio en que el hombre experimenta la relación con Dios como experiencia de liber-tad, incluso como posibilidad de crearse.

Una vez aceptada la idea que la formación del corazón es considerada parte integrante de la formación de la persona y que, desde el momento que “el corazón del hombre fue hecho semejante a Dios (…) las otras cosas lo colman pero no lo sacian”, por lo tanto, “ese corazón hay que escucharlo, conocerlo y educarlo gradualmente, con paciencia y amor por parte de los educadores”. Para identificar las modalidades de intervención es necesario te-ner presente la doble dimensión, vertical y horizontal de la Caridad. La dimensión vertical es la experiencia del amor de Dios. El amor es la vocación inicial desde la cual cada ser humano proviene. La formación en sentido horizontal, en cambio, es la experiencia del otro. El descubrimiento del amor de Dios abre hacia el amor al prójimo. En esta experiencia de amor, la persona debe ser formada. Veamos en este binomio de la formación vertical y horizontal las enseñanzas de don Calabria, un hombre con una profunda comunión con Dios amor, pero al mismo tiempo, un hombre cercano a las necesidades de los hermanos. Pienso que esta dimensión de la formación no puede faltar en todo el proceso espiritual de un Pobre Siervo, de una Pobre Sierva, de las Misioneras de los Pobres y de los laicos; por-que es el fundamento de una vida vivida y madurada en el amor. El compromiso cotidiano es dejarse penetrar por el amor de Dios para colmar nuestro corazón de sus inspiraciones y para abrirse a las necesidades de los hermanos.

Hablando más concretamente, mirando nuestra vida y la situación del mundo de hoy y de los desafíos que hay, creo oportuno sentir esta llamada del Señor a vivir una experiencia vital que cambie la vida de la persona. Sin esta transformación del corazón no se puede renovar la vida cristiana y consagrada.

“¿Dónde nace el amor?¿Dónde está su origen y su manantial?¿Dónde está el lugar que lo contiene y del cual proviene? Este lugar está escondido en el íntimo del hombre. De este lugar surge la vida del amor, porque “en él está la fuente de la vida” (Pr 4, 23) . La raíz a partir de la cual proviene el amor es más profunda que su vida conciente, es más íntima y secreta que el mismo deseo en que se manifiesta, precede las motivaciones concientes de nuestros actos. Por lo tanto, cuando se habla de formación como transformación del cora-zón se debe mirar estas motivaciones en la profundidad de la persona. Siempre me impre-sionó en la vida de los santos y, sobre todo la de Juan Calabria, su profundidad. Una pro-fundidad que converge en el amor y en la unidad con Dios, y al mismo tiempo, una cerca-nía a los otros. El fue llamado “una planta sensible”, una persona abierta a Dios y al hom-bre.

Con todo lo que hemos dicho hasta ahora, nos damos cuenta que esta transformación del corazón no puede llevarse a cabo simplemente con algunas lecciones de “formación” o “información” a nivel racional, sino con una experiencia sustancial con el Dios Amor que nos hace vivir en comunión con El. Sin esta experiencia no se realiza la transformación del corazón, permanecemos en la superficialidad. Por este motivo en la vida cristiana y religio-sa se constata tanta superficialidad y ausencia de esta experiencia de amor. La perseveran-cia en la vida consagrada depende de esta experiencia que, antes o después, debe suceder en nuestra vida; de otro modo, se buscan otros caminos que no ayudan a la persona a este en-cuentro radical con Dios y su amor. “El camino espiritual dice que todo puede ser trans-formado. Pero puede ser transformado sólo lo que nosotros aceptamos y observamos. El peligro es que alguien no quiera mirar su propia verdad. Entonces no toma el camino de la transformación, sino el de la compensación que lo lleva por caminos sin salida”.

La vida cristiana y religiosa no se pueden mantener sin una profundidad y una expe-riencia del amor de Dios; de otro modo delante de los problemas y las dificultades de la vida todo cae. Jesús es muy claro en el evangelio cuando habla de la casa edificada sobre arena o sobre roca: “…Si uno escucha estas palabras mías y las pone en práctica, dirán de él: aquí tienen a un hombre sabio y prudente, que edificó su casa sobre roca. Cayó la llu-via, se desbordaron los ríos, soplaron los vientos y se arrojaron contra aquella casa, pero la casa no se derrumbó, porque tenía los cimientos sobre roca. Pero dirán del que oye es-tas palabras mías y no las pone en práctica: aquí tienen a un tonto que construyó su casa sobre arena. Cayó la lluvia, se desbordaron los ríos, soplaron los vientos y se arrojaron contra esa casa: la casa se derrumbó y todo fue un gran desastre” (Mt 7, 24-27). El fun-damento de una vida cristiana y religiosa es Cristo, su amor en nosotros que nos hace capa-ces de enfrentar las situaciones difíciles que encontramos en lo cotidiano.

¿Qué buscamos en nuestra formación? ¿Cómo es organizada la formación inicial y permanente en este punto? Estoy convencido, como ya lo mencioné en otra parte de la car-ta, que la formación permanente mantiene dinámica la formación inicial, haciéndola más viva. Para hacerla más adecuada, fuerte y sentida a la formación inicial debemos comenzar desde nosotros mismo, con nuestra formación permanente.

Si el amor es el acontecimiento de un encuentro singular, eso no se agota en el instante mágico de su primer momento, en la maravilla de admiración con el amado, sino que invita a un camino de purificación y de madurez hacia la plenitud, y se radica en una verdad sobre el bien, que le garantiza su autenticidad.

Si bien se parte de un sentimiento no se detiene en el sentimiento, se vuelve opción de la voluntad y obra concretamente en la historia de cada uno de nosotros, para construir la comunión entre las personas. “Mientras que el amor es perpetuo, el enamoramiento es li-mitado por su misma naturaleza, y para continuar debe transformarse: debe pasar del ni-vel afectivo al de la voluntad”.

Nuestras Constituciones hablan de este recorrido formativo del Pobre Siervo: “La res-puesta al llamado de Dios en la vida consagrada requiere una renovación profunda del espíritu y un cambio de mentalidad (corazón) que inspire todo el desarrollo futuro de nues-tra existencia, en el camino incesante hacia la radicalidad evangélica: Renovaos en la mente y en el espíritu y revestíos del hombre nuevo”.

Formación para una profecía del amor de Dios en el mundo

Esta propuesta de formación como transformación en el amor nos conducirá, con la ayuda del Espíritu Santo, a superar nuestra centralidad, nuestro egoísmo y nuestros intere-ses para que nuestro corazón sea conciente de la acción de Dios en nuestra vida, aun reco-nociendo que somos, usando una expresión fuerte de don Calabria, “cero y miseria” frente al gran proyecto de Dios. No podemos anunciar y ser profecía del amor de Dios en el mun-do si no hacemos el ejercicio del vaciamiento de nosotros mismos, porque sólo su amor pueda poseernos a fin de transfigurarnos por medio de la cruz y así “toda lengua proclame que Cristo Jesús es el Señor, para gloria de Dios Padre" (Flp 2, 5-11).

En la vida espiritual hay dos modos, dos caminos: o nos orientamos hacia Dios o hacia nosotros mismos. Entiendo cuando estoy sobre la senda del amor de Dios, si me abro a los demás.
En la formación inicial es muy importante “ayudar a la persona a que no sólo sea dó-cil, sino también maleable, inteligente y activamente disponible a dejarse formar toda la vida por la vida, es decir, en toda circunstancia, a cualquier edad, en cualquier contexto existencial…”.

En un proyecto formativo es fundamental aclarar las líneas antropológicas que se van a seguir. Dios en su proyecto original creó al hombre como realidad unificada – Alma, Men-te, Cuerpo – e inscribió en la humanidad la vocación y, por lo tanto, la capacidad y la res-ponsabilidad del amor y de la comunión. “Como espíritu encarnado, es decir, el alma que se expresa en el cuerpo y cuerpo informado por un espíritu inmortal, el hombre es llamado al amor en esta totalidad unificada. El amor abraza también el cuerpo humano y el cuerpo es partícipe del amor espiritual”.
La formación debe ayudar a construir personas unificadas, capaces de realizar en la propia humanidad la vocación al amor: “…Es propio de la madurez del amor que abarque todas las potencialidades del hombre e incluya, por así decir, al hombre en su integri-dad…”. El aspecto espiritual, psicológico y pedagógico de la formación deben contribuir a la unificación del hombre con Dios, que es el sueño originario de Dios sobre el hombre. Como dice Benedicto XVI: “…esta unificación no es un fundirse juntos, es una unidad que crea amor, en la que ambos —Dios y el hombre— siguen siendo ellos mismos y, sin em-bargo, se convierten en una sola cosa”.

El aspecto espiritual debe apuntar hacia un encuentro vital con Dios amor. El aspecto psicológico debe ayudar por medio de coloquios cargados de motivación, que delinean la historia familiar y la estructura psíquica, a comprender el significado de la llamada de Dios, de la opción de la vida religiosa, de los votos, dentro de la historia personal de cada uno. El aspecto pedagógico debe ofrecer aquellos elementos que ayudan a ser figuras educativas significativas en los varios contextos de la Obra para manifestar la Paternidad-Maternidad de Dios en el mundo según la centralidad de nuestro carisma. La formación debe ayudarnos a crecer en la madurez del amor para ser con la gracia de Dios personas plenamente reali-zadas: éste es el centro de la profecía de nuestro ser religiosos, religiosas y laicos calabria-nos.

Quisiera detenerme a reflexionar brevemente sobre la dimensión humana – psicológica de la formación, que no puede ser separada de la dimensión espiritual pero, como dice A. Grun, ayuda a una toma de conciencia de la propia realidad humana. “Quien desea ser sa-cerdote o religioso o religiosa debe ser conciente de sí mismo. Debe enfrentar un proceso de madurez humana (…) Se trata, en primer lugar, de una sana autoconciencia del propio valor. Necesito intuir mis capacidades, mi valor. Autoconciencia del propio valor significa que intuyo mi unicidad”. Propongo como línea conductora, sobre todo para quien trabaja directamente en la formación, lo que propone la Iglesia para el desarrollo de la calidad humana en el recorrido formativo y el uso de la psicología para ayudar a las personas a un camino de unificación.

En cuanto a esto, en la formación, con un recorrido psicopedagógico, se debe ayudar a la persona a descubrir su realidad unificada, para que se oriente hacia Dios y no hacia sí misma. Amedeo Cencini aclara que en un proceso de verdadera y auténtica formación per-manente, desde un punto de vista psicológico, existen tres exigencias en el ser humano: la de descubrir y dar sentido a la propia historia, pasada y presente, y a la propia persona: es la necesidad de verdad. La exigencia, aún más, de tener un centro de atracción alrededor del cual unificar las fuerzas vivas de la afectividad, de la capacidad de relación y alteridad, de la sexualidad, de la fecundidad humana. Finalmente, la exigencia que esta fuente de verdad para la mente, pero que atrae también al corazón, sea centro de tracción, que sepa dar uni-dad y poner en movimiento todo el aparato psíquico y le dé fuerza y determinación. El pasaje fundamental que él propone es integrar estas exigencias humanas en la experiencia inicial de la Pascua: “No es posible ignorar la relación sustancial entre estas exigencias y el rol y el significado de la Pascua en el proyecto del Padre. La cruz de Jesús es fuente de verdad y, al mismo tiempo, es sol que atrae potentemente hacia sí mismo (…) sólo la cruz da al hombre la certeza de ser amado pero, al mismo tiempo, sólo la cruz incita a amar, a hacer del amor el criterio de cada opción”.

La persona que orienta todo hacia sí misma no puede jamás llegar a entender el sentido del amor como ágape, que significa donar la propia vida, dar la propia vida. Esta es la for-mación que cambia el corazón, cuando una persona movida por el Espíritu Santo llega a decir: “entrego mi vida por ti”; de otro modo, continuamos a formar personas (buenos sa-cerdotes, religiosos, laicos) pero sin esta característica esencial de una persona que está llena del amor de Dios y lo trasmite con su vida día a día. “En la cruz del Hijo se manifestó el amor del Padre: es el momento cumbre de la teofanía, donde explota la verdad, del Dios amante y del hombre amado, del Dios que no duda a bajar hasta el nivel más bajo para mostrar el amor por el hombre, transformando la muerte en vida y el mal en bien, y justo al pecador (…) La cruz ejerció su fuerza de atracción sobre toda la tierra y atrajo sobre sí a todos los hombres”.

En este sexenio quisiera que se hiciese una verdadera reflexión sobre la planificación de la formación, considerando los proyectos formativos ya elaborados, para evaluar si ayudan verdaderamente a conducir a las personas a ser plenamente maduras en su vocación al amor. Pienso que a veces ponemos mucho el acento sobre la preparación de los religiosos, religiosas, sacerdotes y laicos “para hacer” y no “para ser”, en primer lugar, personas que hacen experiencia del amor y trasmiten este amor en su vida. Concretamente, a través la “comisión central para la formación” que incluye la presencia de laicos, queremos animar los procesos formativos para alcanzar los objetivos hasta aquí expuestos. Sin embargo con-sidero indispensable que en las comunidades se sienta muy fuerte la necesidad de momen-tos de oración, compartiendo la Palabra, ofreciendo espacios y oportunidades a los laicos para iniciar y promover los “grupos de fermento”, sostén de las propias actividades. Esta propuesta sea presentada a quienes deseen hacer una experiencia fuerte y existencial de la espiritualidad calabriana, para ser, a su vez, testigos y animadores del carisma.

Es importante tener presente la cultura de cada nación donde estamos presente, dialogar y conocernos recíprocamente, pero es fundamental que las comunidades tengan siempre relación al carisma de don Calabria, llegando a ser pequeños “focolares” donde se pueda hacer experiencia del amor de Dios. Sólo estas experiencias pueden atraer nuevas vocacio-nes sacerdotales, religiosas y laicas para toda la Iglesia con el espíritu de la Obra.

Escribía la Hermana María Galbusera en la regla de vida de 1915: “En el amor está el cumplimiento de la ley porque allí está el secreto de la obediencia perfecta, de la pobreza, de la castidad, el secreto de toda la vida religiosa. El alma que ama, la esposa enamorada del Esposo, lo busca, lo llama, lo encuentra por todos lados. Cada obligación, cada ale-gría, cada cruz, cada don, cada privación, cada luz, cada tiniebla, todo para él (amor) es su Dios y descansa en el corazón del amado. Perdidamente abandonada en él, que se en-carga de alimentarla, iluminarla, digna de formarla y modelarla, según los designios de su Corazón; (el amor) lo deja hacer, sin distinguir donde hay gozo más grande entre el sufrir y el gozar, entendiendo una sola cosa: Sólo El, siempre El…”. Vemos con cuanta pro-fundidad y convicción las primeras Hermanas y los primeros Hermanos vivieron esta expe-riencia del amor en lo cotidiano. Buscar siempre al Señor, he aquí el secreto de nuestra vida consagrada y cristiana. El centro de nuestra vida está en el amor y en la comunión con Cris-to; esto no quiere decir que sea un amor romántico: es aquel amor que se vive a través de la cruz y el dolor.

En relación a lo que se ha dicho hasta ahora, encontramos muchas sugerencias para hacer una revisión de nuestra vida y de la formación que proponemos a nuestras comunida-des y a las personas que se acercan a la Obra. ¿Qué formación? ¿Qué estilo de vida para un miembro de la Obra hoy día?

Creo haber entendido claramente en mi vida, si bien debo crecer todavía en muchos as-pectos, que es una cuestión fundamental nuestro ser antes del hacer. Más aún, no se puede hacer si no se es en primer lugar. Por lo tanto, quien dijera que hace de todo en la vida y que no tiene necesidad de formación, se cansa y no camina más. Desde este punto de vista la formación, que decimos ser una transformación en el amor, es un proceso que comienza un día de nuestra vida y acaba sólo en el encuentro total y definitivo con Cristo, el Amado, guiados por el Espíritu Santo. En este sentido el camino siempre conduce a la cruz, como lo vivió don Calabria. No se puede pensar a una formación inicial y permanente en este óptica sin una experiencia de cruz-amor en lo cotidiano.

Formación permanente, cotidianidad en la comunidad

En mi primer carta hablaba de recuperar la “mística de lo cotidiano” como una propues-ta concreta de formación: “En cuanto a la formación permanente debemos descubrir la riqueza y el valor de lo cotidiano, la así llamada “mística de lo cotidiano”, para el creci-miento y la perseverancia de nuestra consagración. En este sentido la comunidad tiene un valor insustituible para garantizar el crecimiento de cada religioso (…) todo el proceso evolutivo de un proyecto de Congregación debería llevar justamente a un sentimiento pro-gresivo de adhesión al carisma... La formación permanente, de hecho, es una formación a un sentido de pertenencia siempre más fuerte y transparente”.

Hablando de la formación permanente quisiera profundizar lo que significa para noso-tros, miembros de la Obra, vivir principalmente la dimensión de la cotidianidad. Estoy con-vencido que la respuesta nueva y gozosa para nuestra vocación se profundiza y realiza en lo cotidiano. Esta formación se sostiene con una profunda vida espiritual y de oración, que me lleva a revivir/vivir el encuentro de amor con Dios en lo cotidiano para ser evangelios vi-vientes. Nuestra misión comienza cuando, de rodillas delante el Señor, abrimos el corazón a la Palabra que cada día indica el camino a nuestra vida en su voluntad. La oración va unida a la vida y la vida se hace oración cuando tenemos esta unidad.

El drama de la vida religiosa y del hombre de hoy es que no reza. Rezar es amar y dia-logar con Dios. El hombre necesita estar de rodillas, hacer silencio, penetrar en la sabiduría de Dios, entrar en la plenitud de la luz. Bajo la acción del Espíritu Santo nuestra inteligen-cia se vuelve inteligencia de amor y descubrimos que ciertas maravillas se entienden úni-camente amando. En este diálogo de amor, justamente porque amamos, nuestro corazón se vuelve prudente, sabio, equilibrado, alegre y lleno de coraje. “Permanezcan en mí y yo en ustedes”, dice Jesús. Vida mística significa una vida que contiene el misterio de Dios pre-sente en nosotros. “Busquen primero el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás les será dado por añadidura. No se preocupen por el día de mañana, pues el mañana se pre-ocupará por sí mismo. A cada día le bastan sus problemas” (Mt 6, 33-34). ¿Quién mejor que nosotros, hijos e hijas de don Calabria, podemos entender y vivir la mística de lo coti-diano con el abandono total en las manos de Dios Padre y la confianza en su Divina Provi-dencia? Para nosotros la formación permanente en lo cotidiano es el compromiso de “la búsqueda del Reino de Dios, que se concreta, para nosotros, en el esfuerzo de reavivar en el mundo la fe y la confianza en Dios, Padre de todos los hombres, mediante el abandono total en su Divina Providencia, intensamente vivido y claramente testimoniado en todos los sucesos personales y comunitarios y en los acontecimientos históricos del mundo”. Esto nos permite vivir una dimensión sobrenatural en la vida cotidiana, en el sufrimiento y en la cercanía con los más pobres y los últimos.

“El ambiente natural de la formación permanente es la comunidad en la que el Señor nos ha puesto. Por eso, antes que nadie, la comunidad es corresponsable de la formación permanente”. La comunidad es el ámbito natural donde se realiza este recorrido impor-tante, por lo tanto, esto quiere decir que debemos ayudarnos, porque la comunidad no es una realidad ideal: yo soy miembro y parte de la comunidad.

Don Calabria insistía mucho sobre la “Casa” como ambiente natural de la formación y hacía de todo para que los religiosos, los laicos y los alumnos recibieran una formación según el espíritu puro y genuino. En este sentido quisiera recordar que la revista “L’Amico” nació como un instrumento de formación permanente. Así escribía: “Con el fin de mante-nerlos siempre más unidos a esta Casa les presento con un corazón de padre esta revista; pensé mucho antes de decidirme, y ahora me parece que el Señor quiere que inicie el uso de este nuevo medio potente que es la imprenta, para decirles a menudo a ustedes, cada mes, una buena palabra que sirva para cementar más y más el cariño por la Casa…”.

Siguiendo este tema quisiera decir, también, a los laicos que vuestra formación perma-nente deben buscarla en la comunidad que, para ustedes, tiene tres expresiones: comunidad familia, comunidad parroquial y comunidad de la Obra, es decir, de la “Casa”. Tenemos una gran responsabilidad para nuestra formación permanente de cada religioso, religiosa, pero también de los laicos en el ámbito de la colaboración que la Iglesia nos llama a vivir en profunda unidad. En la carta en ocasión del año sacerdotal el Papa escribe: “Su ejemplo (del Cura de Ars) me lleva a poner de relieve los ámbitos de colaboración en los que se debe dar cada vez más cabida a los laicos, con los que los presbíteros forman un único pueblo sacerdotal y entre los cuales, en virtud del sacerdocio ministerial, están puestos “para llevar a todos a la unidad del amor: ‘amándose mutuamente con amor fraterno, ri-valizando en la estima mutua’ (Rm 12, 10)”. En este contexto, hay que tener en cuenta la encarecida recomendación del Concilio Vaticano II a los presbíteros de “reconocer since-ramente y promover la dignidad de los laicos y la función que tienen como propia en la misión de la Iglesia… Deben escuchar de buena gana a los laicos, teniendo fraternalmente en cuenta sus deseos y reconociendo su experiencia y competencia en los diversos campos de la actividad humana, para poder junto con ellos reconocer los signos de los tiempos”.

En la unidad y colaboración con los laicos don Calabria siempre puso en evidencia la importancia de la familia como célula de la humanidad. Es importante, en esta hora actual para la Obra, ser punto de referencia y acompañar a las familias en su vocación, para que sean lugar donde se hace visible el amor de Cristo. “Es una difícil pero noble y gran misión la de la familia, en la cual Dios se digna tomar entre los hombres colaboradores para po-blar el mundo y el cielo de almas. La salvación de la humanidad se encuentra en la recu-peración y cristianización de la familia. Es necesario que Jesús sea el Rey de la familia y su espíritu sobrevuele en nuestras casas. Trabajemos duramente para salvar la familia, célula de la humanidad, para que retorne a su noble y santo lugar. No se ahorre esfuerzo para reconstruir sobre bases cristianas a las familias que se van formando, y para recupe-rar la nobleza de aquellas que se alejaron. Renazca la vida cristiana, para que se pueda observar la santa ley de Dios, venerado y respetado el hogar cristiano, para que se esta-blezca la pía costumbre de la oración personal y comunitaria, la frecuencia a los Sacra-mentos, la santificación de las fiestas. Que alrededor del hogar doméstico se reúnan habi-tualmente todos los miembros, como un solo corazón y una sola alma, compartiendo ale-grías y dolores íntimos; reforzando los vínculos de unidad entre los de la misma casa. Ca-da noche el jefe de la casa reúna a los miembros de su querida familia y lea despacio la página del evangelio que en este libro es presentada; si quisiera añadir alguna palabra, sepa que, como jefe de familia, tiene una especial autoridad sacerdotal y su palabra será bendecida por el Señor”.

El regreso a Galilea, propuesto por el Capítulo, puede hacerse realidad únicamente si buscamos, día a día, los medios para que esta renovación acontezca, en primer lugar, al interno de la Obra.

Medios e instrumentos para una formación continua

Al inicio de toda formación y transformación en el amor está el Espíritu Santo que nos hace progresar y nos ayuda a renovarnos cada día unificando nuestra vida con una llamada constante a la conversión. Por nuestra parte debemos tener una disponibilidad activa y vigi-lante a sus propuestas e inspiraciones, ya sea por medios que él nos propone como también a través de los “signos de los tiempos” que debemos ser capaces de leer y aceptar.

Nuestras Constituciones nos especifican el camino a seguir con los objetivos y los me-dios concretos para una continua formación.

Quisiera indicar algunas pistas a seguir en esta perspectiva de la formación como trans-formación en el amor, que considero muy importantes ya sea para la formación inicial co-mo para la formación continua o permanente.

-APRENDER A AMAR

“Un problema urgente. Al regresar de sus viajes a través de los leprosarios de todo el mundo, Raoul Follereau tuvo una audiencia con el Papa. Volcó en el corazón del Papa todos los sufrimientos que había visto. Hubo un gran silencio. Luego Juan Pablo II tomó las manos de Raoul Follereau en las suyas y con un tono de voz doliente dijo: “Lo que hace falta es enseñar a los hombres a amarse”. Hay que educar al amor inmediatamente. El Papa había dicho en la Redemptoris Hominis: El hombre no puede vivir sin amor. Su vida no tiene sentido si no se le revela el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y hace suyo, si no participa en él vivamente.

Amar es entrar en la vida de Dios, amar es abrir los ojos a las necesidades de los her-manos, amar es arremangarse por el hermano, amar es dar y darse, amar es servir y lavar los pies, es arrodillarse ante el hermano, amar es tener el corazón sensible y bueno, amar es dominar los pensamientos, es administrar en la bondad los propios juicios, amar es sa-ber organizar las palabras, amar es olvidar el mal recibido, amar está antes de la oración, amar es abrir el corazón al enemigo, amar es imitar la misericordia de Dios”. Esto nos hace pensar en don Calabria y en su invitación desde el inicio de las primeras reglas: “Con-siderarse como hermanos y como tales amarse y ayudarse en la vida espiritual”. Dios nos enseña a amar, porque él es amor y porque para aprender a amar debemos regresar al ma-nantial del amor.

-APRENDER A REZAR

“Debemos recurrir a menudo y con confianza a la oración; pero no a una oración su-perficial, sino a la oración que brota del corazón, porque sólo allí experimentaremos su eficacia. Un santo dice que la oración es la omnipotencia del hombre y la debilidad de Dios. En particular, recurramos con devota insistencia al Espíritu Santo, único maestro verdadero de la vida interior y que intercede por nosotros, como dice el Apóstol, “con ge-midos inenarrables” (Rm 8,26).

Es necesaria la oración del corazón para un verdadero camino de formación inicial y permanente haciendo etapas, no “cursos” de oración, porque rezar no es sólo decir palabras, sino que es un entrenamiento continuo en el silencio dejándonos amar, expresando a Dios la voluntad de amarlo con todas las fuerzas. La oración es el alma de la nueva evangeliza-ción y fuente indispensable de la eficacia de nuestro apostolado; por lo tanto es muy impor-tante y es considerada como actividad principal para nosotros, Pobres Siervos.

“…La oración del corazón es un acto de fe que, apoyándose sobre la fuerza del Espíri-tu Santo, vital soplo de nuestra oración, para del silencio interior y lleva a Dios, orientan-do la voluntad humana a la adhesión perfecta de la voluntad de Dios (…) Es difícil amar. Se aprende a amar. Por esto el ejemplo cotidiano de la oración del corazón asume una dimensión enorme. Debemos apasionarnos tanto en la oración del corazón de tal manera que no podamos admitir la oración sin un verdadero compromiso de amor”.

-LECTIO DIVINA

Retomando aquello que había escrito en mi primer carta, “…La Lectio Divina debe ser el motor y el pan cotidiano para una intimidad con el Señor fundada en su Palabra. Las Constituciones lo dicen claramente: “la oración es la primera actividad de un Pobre Sier-vo”. Como ya fue dicho al hablar de la transformación en el amor en la Biblia, una de las actitudes es la escucha con el corazón. La Lectio Divina es un entrenamiento profundo para entrar en la profundidad de la Palabra de Dios y hacerla vida en nuestra vida, como dice san Gregorio Magno: “Esfuérzate, te ruego y encuentra el modo de meditar cada día las pala-bras de tu Creador. Aprende a descubrir el corazón de Dios en las palabras de Dios. Más profunda será tu paz, cuanto más viva e incesante será la búsqueda del amor de Dios”.

-ORACION LITURGICA

“Les recomiendo la piedad sólida y sincera. Nuestra (piedad) sea sobre todo piedad eucarística, piedad mariana. ¡Oh, si los hombres pudieran comprender que la eucaristía es el sol de la humanidad y que de este sol depende nuestra vida y nuestro verdadero gozo aquí en la tierra y allá en el cielo! La Santa Misa celebrada con la fe de los santos destruye las fuerzas diabólicas y da vigor a nuestra pobre debilidad. La Santa Misa, fuente de toda gracia, ¡oh, cómo debe ser celebrada! Una Santa Misa devotamente celebrada: cuánta riqueza para nuestras almas, para nuestro ministerio, para la Obra. Es una hora de ale-gría íntima, con los hermanos y con Dios. Es el centro de nuestra vida y de nuestra jorna-da. La Eucaristía es la devoción característica de nuestra Obra: Jesús vivo en medio de nosotros, que está presente en nuestros tabernáculos, que nos invita a acercarnos para consolarnos y santificarnos, que nos promete la vida eterna: ¿Qué otra cosa podemos bus-car y desear? (…) A Jesús vamos por medio de María. Seamos devotos de la querida Vir-gen, veneremos en ella el gran privilegio de su Inmaculada Concepción…”.

Mientras progresamos en el amor a la oración interior debe crecer en nosotros la estima y el amor a la oración litúrgica. Así nos habla la Iglesia: “Las Laudes y a las Vísperas, co-mo partes fundamentales de todo el Oficio, se les ha dado la máxima importancia, ya que son, por su propia índole, la verdadera oración de la mañana y de la tarde. Es oración que Cristo, unido a su cuerpo, eleva al Padre».. Es necesario, pues, que, mientras celebramos el Oficio, reconozcamos en Cristo nuestras propias voces y reconozcamos también su voz en nosotros. (…) La Sagrada Escritura se convierta realmente en la fuente principal de toda la oración cristiana”. “De la Liturgia, sobre todo de la Eucaristía, mana hacia no-sotros la gracia como de su fuente y se obtiene con la máxima eficacia aquella santifica-ción de los hombres en Cristo y aquella glorificación de Dios, a la cual las demás obras de la Iglesia tienden como a su fin.

-GRANDEZA DE LO PEQUEÑO

“Nosotros estamos tentados siempre a evadir y buscar condiciones mejores en otro lu-gar, justificando nuestra mediocridad con la excusa del ambiente o de las personas con las que vivimos o lamentándonos de que nos propone la vida cada día, porque lo considera-mos débil y limitado, o repetitivo y banal, o demasiado simple o excesivamente común. Parecido a lo que sintió Naamán, el Sirio, que se enfada ante la propuesta considerada demasiado banal, incluso irrespetuosa para uno como él, por parte del profeta. En cambio la formación permanente nace de la fe elemental en el misterio del común vivir; se hace posible a partir de la aceptación incondicionada de lo vivido día a día, a veces de color gris, sin nada especial ni huidas; es convencimiento de que la vida te forma si la respetas, si la aceptas de manos de Otro, si no pretendes dominarla, corregirla, cancelarla en algu-na parte, limando algunos ángulos, hacerla más agradable o más grande, casi procreándo-la artificialmente…”.

“Cada mañana el Señor nos hace sentir que el día es suyo, como Buen Padre, que de-bemos esperar todo de El (…) El trabaja sobre nosotros cada día (…) El Señor quiere que lo dejemos obrar, que le permitamos hacer todo: descanso, trabajo, sacrificios (…) deján-donos conducir por El”.

Existen muchos medios que tenemos a disposición para crecer en la vida espiritual, fundamento principal de nuestra formación, basta ver lo que dicen nuestras Constituciones, en la parte VII, cuando habla sobre nuestra oración. Como escribía don Calabria a las religiosas: “Pongan siempre la oración en primer lugar: Sin mí, dice Jesús, nada pueden hacer. Por más capacidades naturales que tengan, habilidades, ciencia, fortaleza, palabra atrayente, etc., todo es cero, nada vale si no está adelante el Uno que es Dios. Con ese Uno darán valor a todo lo que hagan, aún en las mínimas cosas, a las más insignificantes ac-ciones cotidianas. Estén, pues, íntimamente unidas a Dios, con la verdadera y sólida pie-dad, ejercitadas con aquellas prácticas que la regla prescribe: pero siempre con amor fi-lial, con el entusiasmo propio de la esposa hacia el Esposo”.

Formación y misión, formación y evangelización

Una formación que transforma el corazón en el amor no puede dejar indiferente a la persona en la evangelización. Este fue el sueño de don Calabria desde el comienzo: formar religiosos, sacerdotes y laicos de espíritu apostólico dispuestos a todo. La particularidad de nuestro carisma nos impele a insistir en la formación desde el inicio y en la formación per-manente para vivir este ideal misionero que se encuentra ya al comienzo de la Iglesia en la expresión de san Pablo: Si anuncio el Evangelio, no lo hago para gloriarme: al contrario, es para mí una necesidad imperiosa. ¡Ay de mí si no predicara el Evangelio! (1Cor 9, 16).

Hemos celebrado en estos días el 50º aniversario de la presencia de la Obra en América Latina, signo del inicio de la actividad misionera de la Obra en el mundo. Con estas pala-bras nos recibía Mons. Viola, obispo de Salto el 8 de setiembre de 1959: “Doy gracias a Dios por la llegada de los Pobres Siervos a esta diócesis que tiene tanta necesidad; y agradezco a los superiores que eligieron la pobreza y los más abandonados para empezar la obra misionera, siguiendo así el camino trazado por el amado don Calabria y su espíritu puro y genuino. Agradezco, además, por vuestra sentida adhesión al pedido de este pobre obispo que, aunque indigno, ocupará a partir de hoy en adelante, el lugar de vuestro padre don Luis para ayudarles como él había pedido y según mi deber, para cumplir los desig-nios actuales que vivió don Calabria pero, sobre todo, para que puedan conservar y vivir intensamente el espíritu puro y genuino de la Obra de los Pobres Siervos de la Divina Pro-videncia…”.

La misión principal que Dios confía a la Obra es la de reavivar en el mundo la fe y la confianza en Dios Padre, con todos los desafíos que hay en el mundo contemporáneo. “Se necesitan ejemplos. Ante el ejemplo de los primeros cristianos los paganos se convertían. Muchas veces nos engañamos cuando en ciertas ocasiones las multitudes llenan las igle-sias; esto no basta. Es necesario evangelizar al individuo, formar a la familia cristiana, hacer que los fieles sean conscientes de su fe. Y todo esto depende de nosotros, ya que irradiamos aun sin saberlo. Como la raíz lleva la savia hasta las últimas hojas de un gran árbol, también nosotros podemos y debemos llevar la savia de nuestro Señor Jesucristo “usque ad finem térrea (hasta el fin del mundo), a las almas que viven en los extremos con-fines del mundo”. Estas palabras proféticas de don Calabria se hacen realidad en nuestro compromiso cotidiano de evangelización y de servicio concreto para con los últimos, por medio de los cuales podemos reavivar en el mundo la luz de la fe y del amor.

Benedicto XVI, en su última encíclica nos ayuda a hacer una lectura de la sociedad a la luz de la verdad y de la caridad como fundamento para la evangelización del mundo con-temporáneo: “…El amor en la verdad —caritas in veritate— es un gran desafío para la Iglesia en un mundo en progresiva y expansiva globalización. El riesgo de nuestro tiempo es que la interdependencia de hecho entre los hombres y los pueblos no se corresponda con la interacción ética de la conciencia y el intelecto, de la que pueda resultar un desarrollo realmente humano. Sólo con la caridad, iluminada por la luz de la razón y de la fe, es po-sible conseguir objetivos de desarrollo con un carácter más humano y humanizador (…) La Iglesia no tiene soluciones técnicas que ofrecer (…) No obstante, tiene una misión de ver-dad que cumplir en todo tiempo y circunstancia en favor de una sociedad a medida del hombre, de su dignidad y de su vocación (…) La fidelidad al hombre exige la fidelidad a la verdad, que es la única garantía de libertad (cf. Jn 8,32) y de la posibilidad de un desarro-llo humano integral…”.

En esta sociedad y en esta Iglesia el Señor nos llama a nosotros, miembros de la Obra, a dar la humilde contribución de nuestra espiritualidad; por lo tanto tenemos una gran res-ponsabilidad sobre todo en el campo de la formación, para preparar personas que con su vida sean signo del amor de Dios en el mundo.

Dejémonos provocar además por el entusiasmo misionero que la Iglesia en América La-tina propone con el último documento de los obispos en Aparecida: “Ser discípulos y mi-sioneros de Jesús”.

Conclusión

Llegando al final del recorrido de esta carta, querido hermano y querida hermana, segu-ramente te has preguntado muchas cosas, tal como yo me he preguntado mientras maduraba estos pensamientos e inspiraciones cerca del santuario de la Madonna delle Grazie. Creo que sea urgente para toda la Obra comprometernos cada vez más sobre la formación como transformación del corazón en el amor para ser “evangelios vivientes” y portadores del amor de Dios en el mundo de hoy.

La insistencia que han encontrado a lo largo de la carta surge del hecho que la forma-ción no es un momento o tiene que ver con situaciones de nuestra vida, sino que es una actitud constante por medio del camino propuesto por Jesús a sus discípulos: Palabra - Es-cucha – Purificación – Configuración – Misión en el amor, por amor y con amor.

Por lo tanto propongo con insistencia un camino espiritual intenso para vivir a la altura de nuestra vocación. La vida espiritual no se improvisa según las necesidades que tenemos cada día, sino que es un caminar constante sobre las altas cumbres del amor. Pienso que es necesario insistir, finalmente, sobre el proyecto de vida personal que nos ayuda a organizar nuestra vida espiritual con las prioridades irrenunciables para hacer un camino formativo que nos ayude a crecer y transformarnos en el amor: “Las muchas aguas no podrán apagar el amor, ni lo ahogarán los ríos. Si diese el hombre todos los bienes de su casa por este amor, de cierto lo menospreciarían” (Ct 8, 7).

María, Virgen de las Gracias, nos acompañe en el camino de transformación en el amor. Le pedimos que nos ayude a vivir con actitudes de escucha de la Palabra para poder encar-narla. Y ella, icona de la vida consagrada y de lo femenino dedicado a Dios, nos indique el camino para hacer siempre y a cada momento la voluntad de su Hijo, como en las bodas de Caná cuando dijo a los servidores: “Hagan todo lo que les diga” (Jn 2, 5). Le pedimos su intercesión para poner en práctica la Palabra y para ser evangelios vivientes en el camino de la santidad. De esta manera Cristo podrá transformar el agua en vino y donarlo a toda la Familia Calabriana que, a su vez, podrá llevar vino nuevo y abundante del amor de Dios en el mundo.

En este año sacerdotal pedimos la intercesión de don Calabria nuestro Padre, para que nos indique los caminos que debemos recorrer para vivir como él vivió y despierte en todos nosotros el deseo de vivir el espíritu puro y genuino según nuestra vocación y misión al interno de la Obra.
Me abandono a vuestras oraciones y llevando a cada uno de vosotros en mi corazón, los saludo y bendigo con profundo afecto en Cristo Jesús.

P. Miguel Tofful
Verona, 8 de octubre de 2009
Fiesta litúrgica de San Juan Calabria.

jueves, 8 de octubre de 2009

“Formazione… Trasformazione nell’Amore”

«La formazione comincia quando Dio ci chiama, si fa conoscere e gustare in maniera che non Lo possiamo più dimenticare così da essere pronti a qualunque sacrificio per Lui, perché ciò che più desideriamo è rimanere nel Suo Amore. Per questo la forza di ogni processo di formazione, è nel lasciarci trasformare dall’Amore di Dio» .

«Venga dunque lo Spirito Santo, brilli la sua luce nelle nostre menti, il suo fuoco accenda i nostri cuori e operi prima in noi stessi quella trasformazione che deside¬riamo portare negli altri» .

Carissimi Fratelli e Sorelle,
il Dio dell’amore che ci riempie di ogni bene nel suo Figlio diletto Gesù sia con tutti noi e rimanga sempre vivo nei nostri cuori.
È trascorso un anno dalla mia prima lettera scritta come Casante a tutta la Famiglia Calabriana e dall’invito che ho fatto, seguendo l’indicazione del X Capitolo Generale di una vera ripresa spirituale, a compiere dei passi verso la Galilea che è una metafora della trasformazione che siamo chiamati a vivere in questo momento storico dell’Opera.
Devo dire e confessare che, al di là delle difficoltà che abbiamo trovato e le prove che il Signore ci ha mandato lo scorso anno, vedo in tutti i membri dell’Opera un grande desiderio di rinnovamento e la consapevolezza di tutti che questa è la strada giusta per un ritorno alle origini. Abbiamo un grande cammino da fare, perciò incoraggio tutti quanti a mantenere questo sguardo alzato e sforzo per lasciarsi rinnovare dalla fonte dell’Amore che è Dio Padre.
In questa mia seconda lettera propongo il tema della formazione che fa parte di questo percorso indicato dal programma generale del Capitolo. Aggiungiamo alla formazione il cammino di fede e di preghiera come due pilastri di questo anno.
La prima lettera, di carattere più generale, indicava gli aspetti principali per una ripresa spirituale in questo tempo e dava delle linee programmatiche per tutto il sessennio. Questa lettera invece vuole essere più specifica e attirare l’attenzione su questo tema molto importante per noi religiosi e laici dell’Opera. Per questo motivo vi sottopongo degli elementi biblici, teologici, della nostra spiritualità e del quotidiano per risvegliare in noi questo desiderio di una vera formazione e conformazione con Cristo. Credo che possa essere uno strumento valido e pratico per la formazione permanente e chiedo a ognuno di meditarla personalmente e nelle comunità per fare una verifica della nostra vita in questo processo di rinnovamento senza il quale non possiamo arrivare a una vera trasformazione dell’Opera.
Durante l’anno verranno consegnati alle comunità degli ulteriori sussidi per approfondire questa tematica che verrà presa in considerazione anche negli esercizi spirituali personalizzati.
«La formazione è una delle priorità per questo sessennio come chiede il Documento Finale del Capitolo. La formazione vista come strumento a tutti i livelli sia per preparare i futuri Poveri Servi sia per aiutare a vivere questa vocazione particolare quelli che già fanno parte dell’Opera. Dobbiamo pensare a una formazione in grado di cambiare le persone, una formazione che aiuti a unirci a Dio e a crescere nella nostra consacrazione vissuta con gioia. Una formazione che aiuti i membri dell’Opera a crescere nella vita di santità» .
Il tema della Formazione è molto complesso e ci sono molti libri scritti sullo stesso argomento. Però prima di fare la proposta concreta in relazione al tema di questa lettera, permettetemi di fare una premessa importante per chiarire che cosa dobbiamo intendere quando parliamo di formazione, e il suo significato più profondo.
Dobbiamo confessare che a questo riguardo nelle nostre realtà e nei nostri candidati circolano varie idee:
• Una certa identificazione tra formazione e osservanza: si considera la persona come “formata” perché osserva gli orari, le formalità, gli impegni esterni, personali e comunitari che sono stati decisi...“È un buon religioso, religiosa o sacerdote”.
• La tendenza ad identificare gli studi accademici e la formazione: si considera la persona come “formata” perché ha concluso gli studi di filosofia e teologia, o perché ha conseguito un determinato titolo accademico, o solo perché è “molto intelligente”.
• Esiste una certa identificazione tra formazione e carriera: si considera la persona come “formata” quando ha già tanti anni di professione semplice alle spalle; è già professo di voti triennali; o ha ricevuto l’ordinazione sacerdotale. Ha osservato fedelmente quello che le norme della Chiesa e della Congregazione stabiliscono. Ha fatto una buona carriera ed è un religioso-sacerdote, religiosa professionista.
• Certa identificazione tra formazione e informazione: si considera la persona come “formata” perché ha ricevuto una quantità sufficiente di informazione sulla realtà umana, dottrina della Chiesa, vita religiosa, i voti, la missione, ecc. È stato informato, quindi formato.
Con la premessa che ho fatto, non voglio dire che non siano necessari i contenuti appena citati; solo che la formazione è molto di più. Riprendendo il titolo della lettera, voglio parlare di formazione come “trasformazione nell’amore”, perché senza questa esperienza fondante della vita umana non si può costruire una vita cristiana e religiosa.
La formazione consiste nel diventare sempre più un discepolo di Cristo, crescere nell’unione con Lui e nella configurazione a Lui. Questo processo richiede una conversione continua, uno spogliarsi di sé, del proprio egoismo, camminare secondo lo Spirito, rivestirsi di Cristo, verso la pienezza di Cristo. La configurazione a Cristo si realizza nella conformità al proprio carisma e alle indicazioni del proprio Istituto: spirito, caratteristiche, finalità, tradizioni . Perciò la formazione non è solo quella iniziale, ma è anche permanente. Una è implicita nell’altra; anzi, quando nella Congregazione c`è una formazione permanente concreta per cui si sa dove andare, la formazione iniziale si inserisce su questa ottica. «La formazione è di per sé permanente. E solo a partire da questa accezione nativamente ampia sarà poi possibile suddividere i tempi della formazione stessa in periodi, ognuno con le sue caratteristiche di vario genere e la sua incisività più o meno marcata. Ma è solo dal concetto di formazione permanente che si può far derivare o dedurre quello di formazione iniziale, non il contrario. La formazione permanente non è ciò che viene dopo la formazione iniziale, ma è ciò che la precede e rende possibile, è l’idea-madre o il grembo generatore che la custodisce e le dà identità» .
Questa trasformazione è un processo d’amore che coinvolge tutta la persona nella sua umanità e spiritualità. È un percorso che è cominciato un giorno nella nostra vita e va seguito fino alla fine. Lo Spirito Santo è l’autore della formazione, perche è il fuoco d’amore che rinnova la nostra mente e il nostro cuore per muovere la nostra volontà nella ricerca del Dio Padre fonte d’Amore. «… “Dio è amore; chi sta nell'amore dimora in Dio e Dio dimora in lui” (1 Gv 4,16). Queste parole della Prima Lettera di Giovanni esprimono con singolare chiarezza il centro della fede cristiana: l'immagine cristiana di Dio e anche la conseguente immagine dell'uomo e del suo cammino. Inoltre, in questo stesso versetto, Giovanni ci offre per così dire una formula sintetica dell'esistenza cristiana: “Noi abbiamo riconosciuto l'amore che Dio ha per noi e vi abbiamo creduto”. Abbiamo creduto all'amore di Dio — così il cristiano può esprimere la scelta fondamentale della sua vita. All'inizio dell'essere cristiano non c'è una decisione etica o una grande idea, bensì l'incontro con un avvenimento, con una Persona, che dà alla vita un nuovo orizzonte e con ciò la direzione decisiva» .
Vogliamo percorrere questo cammino con molta umiltà e semplicità però allo stesso tempo con molta profondità, perché penso che oggi nel mondo in cui viviamo, con tutte le sfide che ci sono, dobbiamo mettere al centro della nostra vita cristiana e religiosa l’amore come fonte e sorgente per vivere la nostra vocazione nel quotidiano. Facciamo una precisazione: ci riferiamo all’amore di cui parla il papa Benedetto XVI nella prima parte della enciclica “Deus caritas est” .
Quando Dio ci comanda di amare non ci impone un comandamento che riguarda un sentimento che non possiamo suscitare in noi stessi , l’amore non è soltanto un sentimento. Esso è una risposta a un avvenimento che “per primo” accade e che si impone nella vita, e che spinge ad un’assunzione personale libera. Infatti l’uomo, che sulla terra è l’unica creatura che Dio abbia voluta per se stessa, non può ritrovare pienamente se stesso se non attraverso un dono sincero di sé . L'amore provoca nell'amante un movimento volto all'incontro pieno con l'amato, ad un dono totale di sé che ha come intenzione ultima l'unione affettiva con l'Amato. L'avvenimento dell'amore, ci ricorda Benedetto XVI, è sempre l'incontro con una Persona. «L'esperienza dell'amore […] diventa ora scoperta dell'altro, superando il carattere egoistico prima chiaramente dominante» .
Pensando a questo rilevo la fatica nella vita personale, nelle famiglie, nella vita comunitaria, nella vita consacrata a vivere questa importantissima dimensione, perche l’amore è ciò che muove il nostro cuore ad aprirsi e accettare l’amore di Dio e ad esprimere questo amore donandoci agli altri. «… Fa parte degli sviluppi dell'amore verso livelli più alti, verso le sue intime purificazioni, che esso cerchi ora la definitività, e ciò in un duplice senso: nel senso dell'esclusività — «solo quest'unica persona» — e nel senso del «per sempre». L'amore comprende la totalità dell'esistenza in ogni sua dimensione, anche in quella del tempo. Non potrebbe essere diversamente, perché la sua promessa mira al definitivo: l'amore mira all'eternità. Sì, amore è «estasi», ma estasi non nel senso di un momento di ebbrezza, ma estasi come cammino, come esodo permanente dall'io chiuso in se stesso verso la sua liberazione nel dono di sé, e proprio così verso il ritrovamento di sé, anzi verso la scoperta di Dio …» .
A questo riguardo nel mondo d’oggi, nelle famiglie e nella vita consacrata, si fa fatica a vivere la dimensione della esclusività e della fedeltà “per sempre”. Siamo consapevoli della fragilità umana, però allo stesso tempo dobbiamo vedere con più obiettività il perché di certi abbandoni nella vita consacrata, sacerdotale e matrimoniale. Mi pongo la domanda: non sarà la mancanza di “formazione” in questa dimensione dell’amore? Come fare spazio realmente allo Spirito Santo nella nostra vita personale e comunitaria?
Gesù dice nel Vangelo: “voi siete il sale della terra; ma se il sale perde il sapore, con che cosa lo si potrà render salato? A nulla serve che ad essere gettato via e calpestato dagli uomini” (Mt 5,13). È una triste realtà e possibilità che la vita cristiana e consacrata perdano sapore fino a non avere più nulla da dire e da dare agli altri diventando tiepide, mediocri e insignificanti anche per noi. Si può continuare a fare tutto con fedeltà, però senza gioia, gratuità: tutto viene calcolato e misurato con una mentalità del dovere per il dovere verso di noi e verso gli altri: tocca a lui fare!... tutto pesa, tutto stanca.
Ma noi possiamo diventare il sale più gustoso, perche Gesù è il sale. In una vita che sempre cresce, il sale diventa sempre più saporito: vite piene, che sperimentano fino in fondo il centuplo, vite che dicono anche senza parlare, perché quello che toccano, che fanno, diventa irradiazione dell’amore di Dio. È il loro essere stesso che parla di Dio perché ne è pienamente inabitato.
Che cosa fa la differenza tra una vita mediocre e una vita che parla di Dio e ne diventa un canto d’amore? Mi sembra che la differenza sia un rapporto personale e vivo con Cristo, un rapporto non solo di quando siamo stati chiamati ma che continua ancora oggi e che cresce e si trasforma nella fonte dell’Amore. «[…] la vocazione dell’uomo è l’amore […] vivere nell’amore, creare nell’amore: solo così la persona umana crea se stessa, custodisce se stessa all’interno di una identità che cresce fino a raggiungere l’amore di Cristo, l’amore perfetto […] La volontà d’amore, una volontà orientata alla comunione, una volontà orientata all’altro con amore, per amore e nell’amore […] non stiamo parlando di qualcosa di romantico, ma di profondamente serio, addirittura drammatico. La volontà di Dio è praticamente una sola: che tutti gli uomini si possano scoprire amati da Dio Padre e che possano accogliere questo amore con una risposta d’amore […] l’amore di Dio viene sperimentato da ciascuno in modo totalmente personale […] La vera formazione allora è quella che aiuta la persona ad entrare in questa dinamica e a superarla nel modo giusto, cioè attraverso il sacrificio della propria volontà, aderendo alla volontà di Cristo, comprendendo intellettualmente in modo convincente che non è importante che cosa io faccio, e neanche che cosa io sono, ma che quanto sono sia così radicalmente piantato in Cristo che tramite me traspaia Lui e che ciò che faccio lo faccia con Cristo e in Cristo. È importante cioè che Lui agisca tramite me, e così anche il modo di Cristo si realizzi» .
Caro fratello e sorella, ti invito a cominciare questo percorso con un cuore aperto e ricevere questa lettera con fede per realizzare nella tua vita quotidiana questa esperienza profonda per rinnovarci insieme, secondo il nostro carisma.



LA FORMAZIONE COME TRASFOMAZIONE NELL’AMORE NELLA BIBBIA

La formazione è un processo di configurazione nell’Amore che ha come scopo la trasformazione della persona perché viva gli stessi sentimenti di Gesù, il Figlio Amato. Lo Spirito Santo, la Parola di Dio e la persona stessa sono i soggetti di questo processo.
Dal punto di vista biblico la configurazione nell’amore ci riporta al “parallelo” Parola – Ascolto. La rivelazione biblica attribuisce un’importanza eccezionale all’ascolto della Parola. Parola e ascolto creano dinamiche relazionali fondamentali tra Dio – Popolo – Dio, ma anche tra Persona – Persona. Il parlare non avrebbe senso se non fosse indirizzato a qualcuno che ascolta.
Che cosa significa parlare/ascoltare in senso antropologico/biblico? L’essere umano è dotato del senso dell’udito; l’orecchio è l’organo preposto a questa percezione. Come altri viventi l’uomo ode i suoni, e in base all’esperienza li sa riconoscere e interpretare. L’uomo, diversamente dagli animali, riconosce nel suono la voce, e nella voce, la parola: “L’orecchio discerne le parole come il palato assapora i cibi” (Gb 34,3). Il parlare s’indirizza all’orecchio ma, perché la parola faccia da mediazione nel rapporto tra due persone, deve essere accolta in una sede d’intelligenza, di comprensione. Secondo le categorie bibliche la parola deve passare dall’orecchio al cuore: “Figlio mio, se tu accoglierai le mie parole e custodirai in te i miei precetti, tendendo il tuo orecchio alla sapienza, inclinando il tuo cuore alla prudenza” (Pr 2,2). “Figlio mio, fa attenzione alle mie parole, porgi l'orecchio ai miei detti; non perderli mai di vista, custodiscili nel tuo cuore” (Pr 4,20-21). L’ascolto del cuore definisce così la qualità spirituale dell’uomo.
«L’uomo esiste perché Dio gli ha rivolto la parola, lo ha chiamato all’esistenza chiamandolo ad essere suo interlocutore. La vocazione è la Parola che Dio rivolge all’uomo e che la fa esistere imprimendo in lui l’impronta dialogica. La vocazione precede alla persona stessa. L’uomo può comprendere la sua vita come il tempo che gli è dato per questo dialogo con Dio. Se l’uomo è creato dalla conversazione con Dio ed è così colui che è chiamato a parlare, a esprimersi, a comunicarsi, a rispondere, il tempo che ha disposizione può essere compreso come il tempo per la realizzazione della sua vocazione. Ciò significa che la vocazione dell’uomo è proprio la vita nell’amore, in quell’amore in cui egli è stato creato e di cui è stato reso nuovo con la redenzione» .

1 – Processo formativo nel primo Testamento: creare un cuore che ascolta
Il Dio biblico è un Dio che parla e rivela se stesso invitandoci a vivere un rapporto d’alleanza con Lui. Quando l’essere umano accetta questo invito e aderisce alla vocazione che Dio ha su di lui, comincia un processo di configurazione della vita secondo il desiderio profondo del Dio che si rivela. E questo processo comincia con l’ascolto della Parola del Dio che Parla.
Il popolo d’Israele nasce dall’esperienza dell’ascolto di Dio. Nel cuore della storia d’Israele narrata nel Primo Testamento troviamo il comandamento: “Ascolta Israele” (Dt 6,4). Dio, al Sinai, fa sentire la sua voce al popolo che ha coscienza di essere portatore di una rivelazione del Dio Vivente. Questa esperienza lascia tracce profonde e incancellabili in tutta la storia d’Israele.
Il processo formativo nel Primo Testamento cerca di creare nella persona un cuore che abbia una profonda capacità d’ascolto. L’ascolto nel senso biblico significa “fare” quello che Dio dice nella Torah e negli avvenimenti della storia. C’è un’attiva adesione nello stesso momento in cui l’orecchio percepisce il suono della Parola di Dio sulla bocca di Mosè: “Tu ci riferirai quello che il Signore nostro Dio ti avrà detto e noi ascolteremo e lo attueremo” (Dt 5,27). “Sentire”, poi “fare”: questo è “ascoltare” per Israele.
Il testo fondamentale del processo formativo per creare un cuore che ascolta la Parola e configura la vita secondo la Torah si trova in Dt 6,4-9. “Ascolta Israele” si può dire nel senso in cui il popolo intero è identificato come una persona, come un discepolo. Però questa personalità collettiva significa che Israele in quanto tale è chiamato ad ascoltare diventando così l’ascolto un fenomeno individuale, personale. Ogni persona è chiamata ad ascoltare ma solo all’interno di una comunità, di una collettività. L’ascolto è possibile in un clima di sensibilità e comunione di fede con tutto il popolo.
In Dt 6,4b c’è un duplice contenuto: rivelazione dell’alleanza che costituisce Israele come popolo e lo abilita ad ascoltare. Ma soprattutto il Signore è uno solo, significa non solo che non ci sono altri dei, ma soprattutto che è unificato in se stesso, è un’unità. Siccome il Signore è uno tu devi amare il Signore con tutto te stesso, nella tua unità, in modo unificato. La sua unità richiede la tua unità.
Il Signore è uno, è anche il fondamento del precetto dell’amore che troviamo al v. 5: “amerai il Signore tuo Dio con tutto il tuo cuore, con tutta la tua anima e con tutte le tue forze”. Sono espressioni che conosciamo a memoria ma è importante interiorizzarle e realizzarle concretamente: nessuno può amare al tuo posto, e tu devi amare con quello che sei, nelle occasioni e nelle circostanze che incontri, con la tua persona e le tue capacità.
La totalità dell’amore richiama all’unicità. Non si può riservare niente per altri idoli, perché Dio ama Israele di un amore geloso, “con tutto il cuore, con tutta l’anima , con tutte le forze”. Le tre facoltà che vengono espresse sono il cuore l’anima e le forze, quindi, con tutto te stesso!
Nel v. 7 si parla anche di altre parti del corpo umano per sottolineare la totalità coinvolgente del precetto dell’ascolto e del comandamento dell’amore di Dio, infatti l’organo dell’ascolto non è tanto l’orecchio quanto il cuore. Il v. 6 aveva detto: queste parole saranno sul tuo cuore nel quale sono impresse le parole della legge.
L’ascolto per essere completo deve diventare a sua volta parola, ecco il senso di questo vers. 7. È come un ciclo: all’origine c’è la Parola di Dio, Israele ascolta, ma poi Israele deve essere portavoce di Dio e l’ascolto non è vero se non diventa parola. “Shema” in ebraico vuol dire ascoltare, obbedire e parlare (trasmettendo agli altri quello che si è ascoltato). È importante in questo testo non solo il precetto dell’ascolto ma anche quello della narrazione. La parola chiede ascolto; l’ascolto richiede la parola che si è ascoltata.
Ci sono poi altre azioni (vv. 8-9), che hanno dato origine ad alcune usanze nell’ambiente farisaico come i filatteri con i rotoli della Parola, che dovevano essere un costante segno visibile della Parola ascoltata. Questo richiama un criterio di unità tra mente, cuore e mano; tra pensato, ascoltato, agito.
La pedagogia dell’ascolto portò il popolo d’Israele a creare “strutture formative” con lo scopo di educare la persona e la comunità nell’arte dell’ascolto. La famiglia è il luogo primordiale della parola e dell’ascolto. Le tradizioni orali cercano di trasmettere alle nuove generazioni il patrimonio spirituale e vitale della storia degli antenati. La sinagoga è il luogo dove si ascolta la “Torah” e si cercano gli elementi fondamentali per la vita del pio israelita. Ascoltare non è un momento nella vita ma è un modo di essere, di vivere. La qualità etica della persona e della comunità è proporzionale alla qualità e profondità dell’ascolto della Parola. Il culto nel tempio, le tante feste religiose e tutti i gesti simbolici cercano di aiutare la persona e il popolo a mantenere viva la memoria storica e l’imperativo vitale dell’ascolto della “Torah”.
La vocazione profetica nasce dall’ascolto ossia, alla base di tutte le vocazioni troviamo il binomio Parola-Ascolto. Quando l’essere umano ha una profonda capacità d’ascolto si mette in grado di sentire la Voce di Dio che chiama a vivere una missione in favore del suo popolo come facevano i profeti che leggevano la storia con gli “occhiali della Torah”.
All’origine della vocazione nel Primo Testamento c’è sempre un “orecchio e un cuore” che ascolta la Parola di Dio che rivela una missione da compiere. Quando non c’è ascolto, non c’è vocazione e non c’è coscienza della missione. Ecco perché al centro della spiritualità e del processo formativo del popolo d’Israele troviamo l’imperativo: “Ascolta Israele” e il desiderio profondo “dammi un cuore che ascolta”. «La novità della fede biblica è anzitutto la nuova immagine di Dio […] Esiste un solo Dio, che è il Creatore del cielo e della terra e perciò è anche il Dio di tutti gli uomini […] Ciò significa che questa sua creatura gli è cara, perché appunto da Lui stesso è stata voluta, da Lui «fatta». E così appare ora il secondo elemento importante: questo Dio ama l'uomo. Il suo amore, inoltre, è un amore elettivo» .
«Ascoltare è amare, ascoltare Dio è accogliere la Persona di Dio in noi. È qui che cominciano le grandi trasformazioni nel cuore dell’uomo. Ascoltare è mettere Dio al centro della nostra preghiera. Quando si impara ad ascoltare Dio, allora comincia a calare in noi la profondità di Dio. La vita spirituale profonda comincia quando Dio può parlare al nostro cuore […] Quando abbiamo il coraggio di fissare i nostri occhi negli occhi di Cristo e Lui può dirci ciò che ha da dirci» .

2- Processo Formativo nel Secondo Testamento: “fate attenzione a come ascoltate” (Lc 8,4-21)
Il Dio biblico che parla e nel parlare rivela se stesso, nella pienezza dei tempi, si fa “essere umano” e pone sua dimora in mezzo a noi. Nel mistero dell’Incarnazione il binomio Parola-Ascolto diventa una persona in Gesù di Nazareth. La Parola “si fa carne” per essere più vicina all’uomo che deve diventare “orecchio” per ascoltare con il cuore e vivere nella missione quello che ha ascoltato. Il mistero dell’Incarnazione assume nell’unità la dinamica del parlare e ascoltare come cammino di salvezza.
Gesù nel processo formativo con gli apostoli ha dato una importanza fondamentale e decisiva alla pedagogia dell’ascolto, in particolare a come si deve ascoltare. Se guardiamo la storia vocazionale dei primi discepoli, scopriremo che tutto comincia con l’ascolto della Parola di Gesù che invita a “lasciare le barche, la rete, la famiglia, gli amici […] e tante altre cose”, per vivere un processo di formazione dove l’arte dell’ascolto viene sviluppata e approfondita. Nei rapporti con le folle o nell’intimità del gruppo dei dodici, Gesù insiste sull’ascolto e il modo come si ascolta, secondo la triplice dimensione della tradizione ebraica: Parola – Ascolto – Azione.
Lo strumento pedagogico più apprezzato da Gesù sono le parabole, che fanno riflettere sul modo di vivere in profondità. Nel Primo Testamento il processo formativo aveva lo scopo di creare un cuore con capacità profonda d’ascolto. Nel Secondo Testamento lo scopo è formare un cuore che faccia attenzione a come si ascolta nel modo giusto. Ci è di esempio la parabola del seminatore in Lc 8,4-15 e il suo parallelo in Mt 13, 3-23. I vari modi d’ascolto corrispondono ai diversi livelli formativi che ogni discepolo può vivere nella sua storia vocazionale e nella sua missione. Il discepolo è chi ascolta il Maestro. Quest’ascolto può essere superficiale e sterile, senza profondità. Gesù, aiuta i discepoli e la folla a migliorare la loro capacità e profondità nell’ascoltare e vivere la Parola. Le azioni di Gesù sono azioni salvifiche perché portano salvezza e vita nuova in tutti quelli che lo accolgono, e pedagogiche perché educano i discepoli a fare le stesse azioni nella missione a loro affidata da Gesù.
La comunità dei discepoli è il luogo primordiale dove Gesù pratica il suo processo formativo per trasformare, nell’amore, la vita dei discepoli. Tutto questo non è vissuto in modo teorico ma con uno stile di vita concreto. Gesù “forma” offrendo se stesso come esempio. Non propone teorie ma “stili di vita”. Il processo formativo di Gesù ha una triplice dimensione: Ascolto – Purificazione – Configurazione nell’Amore, per essere testimone, “Vangelo vivente”. Gesù approfondisce la triplice dimensione del processo formativo del primo testamento: Parola – Ascolto – Azione.
Nel brano di Mc 1, 14 – 45 troviamo la descrizione dell’attività di Gesù all’inizio del ministero in Galilea. Guardando più da vicino troviamo 7 azioni salvifiche e pedagogiche.
a) Mc 1,16-20 – Gesù chiama i primi discepoli per formare la comunità che sarà il luogo primordiale delle azioni pedagogiche di Gesù nella formazione dei discepoli.
b) Mc 1,21-28 – Gesù libera la persona da tutte le sue catene, in particolare quelle costruite all’interno del suo cuore.
c) Mc 1, 29-31 – Gesù guarisce la persona da tutte le sue malattie che impediscono di vivere una vita di servizio.
d) Mc 1, 32 -34 – Gesù diventa sorgente di speranza e di vita per tutti gli afflitti e perduti nelle strade della vita. La vita debole trova in Gesù accoglienza, compassione e guarigione.
e) Mc 1, 35- 37 – Gesù dedica tempo di qualità alla preghiera personale nell’intimità con il Padre. Imparare a pregare fa parte essenziale del processo formativo di Gesù con i suoi discepoli.
f) Mc 1,38-39 – Gesù non si lascia guidare dal successo veloce e facile. La comunione con il Padre lo aiuta a mantenere una mentalità aperta e missionaria.
g) Mc 1, 40-45 – La compassione di Gesù ha il suo momento di accoglienza e guarigione e anche il suo momento vocazionale: la persona guarita diventa testimone gioiosa di Gesù.
Quando i discepoli di Gesù vanno in missione per tutto il mondo porteranno queste azioni nella comunità e come comunità. Con questo modo di comportarsi, saranno visti e riconosciuti come comunità che segue Gesù. In questo punto possiamo approfondire il testo di Gv 21,15-19 “Simone di Giovanni, mi vuoi bene? Signore, tu sai tutto; tu sai che ti voglio bene …” Mi sembra che questo sia il momento culminante nel processo di chi segue Gesù nella vita cristiana e particolarmente nella vita consacrata, “Amare Lui”, e la missione si capisce e si vive solo nella dimensione di questo amore totale oltre le nostre fragilità. In questo senso e alla luce di quanto visto finora nei diversi brani, il criterio essenziale per illuminare e qualificare il processo formativo è L’AMORE … (PAROLA – ASCOLTO – PURIFICAZIONE – CONFIGURAZIONE – MISSIONE ) NELL’AMORE, PER AMORE E CON AMORE.
Tutto il processo formativo (iniziale e permanente) diventa una continua crescita senza fermarsi mai, perche l’Amore ci apre il cuore ad una esperienza con la Parola e con la persona di Gesù che è sempre nuova. La vocazione si rinnova ogni giorno con nuovo entusiasmo e gioia superando tutto ciò che può chiuderci a questo rapporto d’amore. «La Parola che è una Persona viva che mi parla, per conoscerla non ho bisogno di aggredirla con le mie idee, i miei preconcetti, ma devo piuttosto assumere quell’atteggiamento umile e accogliente che predispone a far sì che l’Altro si possa rivelare. Quando tra noi e la Parola c’è il rapporto come tra l’Amante e l’Amata del Cantico dei Cantici, allora si dischiudono i misteri […] Dobbiamo imparare a fermare nel cuore la Parola e “addomesticare” il proprio cuore ad essa» , come l’esperienza che ha fatto Don Calabria diventando un “Vangelo vivente”.


LA FORMAZIONE E TRASFORMAZIONE IN SAN GIOVANNI CALABRIA
In questa visione della formazione come “trasformazione nell’amore”, e dopo avere approfondito la tematica nella Bibbia, possiamo capire con più precisione ciò che è stata la formazione e trasformazione in San Giovanni Calabria. Il centro di tutta la l’attività formativa di Don Calabria è stata la Parola di Dio incarnata e vissuta: “siate Vangeli viventi” diceva spesso a tutti. Nella sua esperienza la formazione è l’Amore (Parola – Ascolto – Purificazione – Configurazione – Missione) nell’Amore, per Amore e con Amore.
Don Calabria non ha scritto progetti formativi specifici da applicare per la formazione dei candidati alla vita religiosa o dei laici nell’Opera. Le linee che formano un vero Povero Servo, Povera Serva, Missionaria dei Poveri e i laici calabriani le troviamo nei suoi scritti: «l’amore, la comunione e l’unione con Dio Padre alla base di tutto». Don Calabria, come Gesù, non ha offerto progetti formativi, ma stili di vita.
Don Giovanni era profondamente convinto che soltanto le anime possono agire sulle anime in modo che venga realmente toccato qualche cosa di intimo, qualcosa di vivo, qualcosa che si trasformi in germe e cresca. Vi è un solo mezzo per rendere gli uomini migliori, più puri, più disinteressati, più santi: essere buoni, puri e santi noi stessi. Il santo, vi si dice, è una predica vivente, assai efficace . Perciò in questa ottica la formazione è una trasformazione interiore di una esperienza d’amore che rende la persona sempre più aperta all’azione dello Spirito Santo nella vita, con la consapevolezza di manifestare agli altri quella trasformazione che viene da Dio. Possiamo capire con più chiarezza l’espressione di Don Calabria “Conche e Canali”: l’Amore che sgorga dalla nostra vita non è nostro ma viene da Dio.
Parlando della formazione dei sacerdoti, possiamo dire che più ci si addentra nel pensiero di Don Calabria, e più si scoprono nuovi aspetti, che mostrano il suo ruolo “pionieristico” e anticipatore del rinnovamento conciliare. Il Cristocentrismo, nella formazione e nella vita, lo si coglie nella lettura dei suoi libri (“Amare”, “Perché non scenda la notte sul mondo”, “Apostolica vivendi forma”, “Instaurare omnia in Cristo” ). Don Calabria richiama ad una formazione più umana, ed invita espressamente a coltivare le virtù umane .

Guardando in profondità la Chiesa e la sua missione nel mondo, don Calabria coglieva l'urgenza di «formare sacerdoti e religiosi secondo il Cuore di Dio, che vivano "more Apostolorum, sine pera, sine sacculo; gratis accepistis, gratis date"! e di formare Fratelli pieni di fuoco di amor di Dio, che si diffondano dappertutto, accendendo con il buon esempio, con la parola, lo spirito evangelico» .
Leggendo gli scritti di Don Calabria e guardando la sua vita stessa più da vicino, vediamo chiaramente come lui ha fatto questo percorso di unità e intimità nell’esperienza dell’amore di Dio. Un amore così forte e puro che possiamo vedere l’intimo della sua anima. Mi ha fatto impressione particolarmente ciò che lui scriveva ai suoi allievi e candidati alla vita sacerdotale (può riferirsi e usarsi chiaramente per la vita religiosa) sul programma di vita. Lo riporto tutto perche mi sembra un gioiello, e mette in evidenza soprattutto ciò che mi sembra attuale anche per noi oggi:

«Programma di vita . Centro della mia formazione sarà, con ogni mezzo, cercare di conoscere Gesù, per amarlo e renderLo l'ideale della mia vita.
1) E per conoscere Gesù: a) Avrò uno studio particolare per il santo Vangelo e per tutto ciò che mi parla di Gesù come qualche Vita di Cristo. b) Farò con vero impegno la mia Meditazione, considerandola il mezzo migliore per conoscerLo e imitarLo (prepararla sin dalla sera precedente e soprattutto con la preghiera). c) Userò bene dell'esame di coscienza (preventivo al mattino - particolare - generale) per togliere dalla mia condotta tutto ciò che può dispiacere a Gesù e per praticare tutto quanto mi possa facilitare l'imitazione di Gesù. N.B. Per rendere più sicuro il mio lavoro mi farò seguire dal Confessore, che procurerò sia stabile, e dal Padre Spirituale. Tratterò con essi con la massima semplicità, schiettezza, umiltà e fiducia certo che con il loro aiuto lavorerò meglio la mia anima.
2) Per amare Gesù: a) Attenderò con impegno a tutte le mie pratiche di pietà e cercherò di non smetterle mai. Le farò spesso oggetto del mio esame particolare. b) Curerò di assistere nel miglior modo possibile alla S. Messa ascoltandola liturgicamente con il Messalino. N.B. Cercherò di avere sempre una qualche intenzione ben precisa. c) Non lascerò passare la giornata senza fare qualche Visita al SS.mo sia pur breve ma fervorosa. d) Il mio Rosario procurerò di recitarlo bene, in unione a Maria, studiandomi di trarne qualche profitto secondo i miei bisogni e lo stato d'animo.
3) Per servire Gesù: A) Nei superiori. a) Mi sforzerò di avere per loro la massima stima. Eviterò con cura ogni mormorazione a loro carico. b) Cercherò di limitarne i buoni esempi o di vivere le loro raccomandazioni, sicuro d'imbevermi in tal modo dello spirito della Casa. c) Per facilitare ad essi il grave e difficile compito della mia formazione domanderò spesso a loro se avessero qualche osservazione e richiamo da farmi e con umiltà e docilità li ascolterò. B) Nei compagni. Come norma generale mi sforzerò di vedere in tutti Gesù. a) Userò carità con tutti, maggiori o inferiori di età. b) Starò attento a non disgustarli mai volontariamente (evitando frasi, motti, dei quali potessero offendersi). c) Se mi sarà data possibilità di aiutarli materialmente o spiritualmente lo farò con generosità (sempre attenendomi al consiglio del Padre Spirituale). d) Starò sopra me stesso per vincere i pensieri di invidia e gelosia, di simpatia e antipatia e per non dare mai a nessuno cattivo esempio. e) Tratterò tutti con il massimo rispetto evitando ogni familiarità e particolarità. Terrò presente la bella norma del Card. Ferrari: Amarsi come fratelli e rispettarsi come sovrani. C) Nelle mie regole. Terrò fisso nel cuore che esse sono l'espressione genuina della volontà di Dio nella mia formazione. "Qui regulae vivit Deo vivit". a) Le stimerò tutte ugualmente. b) Le leggerò spesso possibilmente tre o quattro al giorno facendole poi materia di esame. Terrò presenti specialmente quelle alle quali più di frequente manco. Mi farò aiutare dal mio Padre Spirituale per osservarle il meglio possibile. D) Avrò una cura tutta particolare per proteggere la mia vocazione e mi studierò di sempre più svilupparla e arricchirla. a) Ricorrendo alla preghiera e manifestando con prontezza e chiarezza le tentazioni e difficoltà al Confessore e al Padre Spirituale. b) Amando la virtù della purezza e usando di tutte quelle norme di mortificazione interna ed esterna e di modestia che mi suggerisce l'ascetica. c) Domandando a Gesù e alla Madonna un grande amore per le anime. d) Non lasciando sfuggire occasione per esercitarmi nell'umiltà, custode della vocazione e della purità. e) Allenandomi ad uno spirito di sacrificio e di rinuncia ricordando che se Gesù è "la vittima dei Sacerdoti" i Sacerdoti devono essere sua vittima. f) Caccerò la tristezza come uno dei più grandi pericoli per la mia vocazione. In tutto questo lavoro avrò di mira la Madonna e mi penserò vicino a Lei. Domanderò a Lei di essere sin d'ora Apostolo. E metterò nelle sue mani la mia vocazione, la mia formazione, il mio avvenire, pregandola a condurmi all'unum con Gesù, con Lei e con i miei fratelli».
Da questo programma di vita si deduce tutto il percorso di crescita spirituale di Don Calabria sin dall’ inizio e ciò che lui propone come cammino formativo. Usa un linguaggio dell’epoca, però i principi sono ancora validi oggi: “Conoscere, Amare e Servire Gesù”; ecco il centro della formazione come trasformazione nell’amore vissuto da lui e proposto come programma massimo di vita.
Don Calabria viveva abitualmente in una comunione spirituale di vita, di pensiero, di sentimento, di azione con Maria Madre di Gesù. Con Lei, con la sua protezione e intercessione materna si muoveva, operava, parlava, pregava; per le sue mani benedette offriva a Cristo Signore le sue imprese apostoliche, il bene che derivava, le amarezze che gli costavano, i successi e gli insuccessi. Al suo Cuore Immacolato si consacrava totalmente e spingeva gli altri a consacrarsi . «La Carità ha dimensioni più grandi di ogni cosa e può trionfare di tutto», afferma don Calabria nell'articolo "Sfogo dell'anima", e poi aggiunge questa preghiera alla Madre del Divin Amore: «Colei che fu Madre di Dio perché ha creduto (Lc 1,45) apra le nostre luci alla visione dell’Amore, e questo Amore deve investire tutti noi, Sacerdoti e religiosi; solamente così vi è posto per noi nella Chiesa di Dio, cioè se saremo Preti santi, Vangeli viventi» .
«Oh si, non basta predicare, parlare, agire; tutte belle e buone cose; ma è, prima di tutto, necessario praticare quello che Gesù e gli Apostoli hanno predicato: “Sacerdos alter Christus”. E come il sacerdote, chiunque vuol essere apostolo, deve essere perfetto imitatore di Cristo. Siamo Vangeli viventi e prima di predicare pratichiamo. Il Vangelo sia da noi applicato alla lettera: solo in questo sta il nostro patrimonio, il segreto per compiere grandi cose. Ma per essere Vangeli viventi, per avere lo spirito del Vangelo, è assolutamente necessario domandarlo al Signore. Dobbiamo essere convinti che da noi stessi siamo zero e miseria, ma che, uniti al Signore e respirando il suo spirito, noi faremo dei veri miracoli. […] Bisogna, miei cari, che di ogni Povero Servo, Fratello o Sacerdote che sia, si possa dire con verità: egli è Gesù. … Unico nostro pensiero sia di cercare il santo Regno di Dio e la sua giustizia, per mezzo dello studio pratico di nostro Signore Gesù Cristo, cercando con il divino aiuto, di essere tanti Vangeli viventi,pieni, traboccanti di carità per tutti, per tutte le anime […] La nostra ricchezza, il nostro patrimonio sicuro si posa tutto sul santo Vangelo vissuto» .
Concludendo questa parte, e parlando della trasformazione in Don Calabria, credo sia molto opportuno pensare e agire seriamente sulla base di questa proposta di programma di vita personale e comunitaria che ci aiuta a vivere su di un piano soprannaturale nella quotidianità della vita. Non si può improvvisare la vita spirituale, abbiamo bisogno di un progetto preciso e chiaro. Possiamo dire che anche per noi oggi si propone lo stesso percorso che in parole più moderne definiamo “discernimento”, come cammino principale dell’ascolto della Parola di Dio per conoscere e amare Gesù, e la “revisione di vita”, come cammino per servire Gesù nella persona degli altri e crescere nella comunione e nell’amore.
Vorrei proporre come necessario e come cammino formativo in questo sessennio “il Discernimento” e “la Revisione di vita” per arrivare a quella trasformazione del cuore che tutti desideriamo. In funzione di questo cammino formativo mi auguro che i periodi sabbatici o di formazione e i materiali che arriveranno alle comunità per la riflessione, ci aiutino a capire meglio ciò che propongo come linea programmatica al riguardo della formazione iniziale e permanente.
Il “Discernimento” e la “Revisione di vita” offriranno alle comunità e a tutta l’Opera elementi carismatici per preparare la revisione delle opere che cominceremo nel 2011, quando esamineremo la loro significatività alla luce della fede e la loro coerenza con lo scopo di “Cercare in primo luogo il Regno di Dio e la sua giustizia …”
Questo lo si potrà fare nella misura in cui ci impegneremo nella formazione, lasciando trasformare il nostro cuore dall’amore. Potremo così rispondere oggi alle nuove sfide dell’umanità nella fedeltà al carisma e allo spirito puro e genuino dell’Opera.

FORMAZIONE, UNA TRASFORMAZIONE DEL CUORE
“… Vi aspergerò con acqua pura e sarete purificati; io vi purificherò da tutte le vostre sozzure e da tutti i vostri idoli; vi darò un cuore nuovo, metterò dentro di voi uno spirito nuovo, toglierò da voi il cuore di pietra e vi darò un cuore di carne …” (Ez 36,25-26).
Arrivati a questo punto della lettera, vorrei fare una proposta concreta partendo dal linguaggio biblico e dall’esperienza di Don Calabria, per approfondire questo concetto della formazione come una trasformazione del cuore prendendo lo spunto biblico: “si ascolta con il cuore”. Il "volto" del Dio di Gesù è un volto di Agape, di Amore. Don Calabria ha scoperto questo volto leggendo il Vangelo, ma anche contemplando il "volto dell'uomo" che porta impressa in sé l'immagine del Creatore.
«Il rapporto tra Dio e l’uomo si compie nello Spirito Santo, la persona divina che rende l’uomo partecipe dell’amore del Padre nel Figlio. Questa partecipazione, cioè la presenza dell’amore divino nell’uomo, rende possibile l’accesso a Dio e all’uomo, creato in questo amore» .
Una delle vie per arrivare a questa trasformazione del cuore è il discernimento. Un discernimento che fa parte della relazione vissuta tra Dio e l’uomo, anzi è proprio uno spazio in cui l’uomo sperimenta il rapporto con Dio come esperienza di libertà, addirittura come possibilità di crearsi .
Premesso che la formazione del cuore è da considerare parte integrante della formazione della persona e che – dal momento che «il cuore dell’uomo è fatto su misura divina […] Le altre cose lo occupano ma non lo saziano» – esso «va ascoltato, conosciuto ed educato con gradualità, pazienza e amore da parte degli educatori». Per individuare le modalità di intervento è necessario tenere presente la duplice dimensione, verticale e orizzontale, della Carità . La dimensione verticale è l’esperienza dell’amore di Dio. L’amore è la originaria vocazione da cui ogni essere umano proviene. La formazione in senso orizzontale invece, è l’esperienza dell’altro. La scoperta dell’amore di Dio apre all’amore al prossimo. In questa esperienza dell’amore la persona deve essere formata. Vediamo su questo binomio della formazione verticale e orizzontale gli insegnamenti di Don Calabria, un uomo con una profonda comunione con Dio amore, ma allo stesso tempo un uomo vicino alle necessità dei fratelli. Io penso che questa dimensione della formazione non può mancare in tutto il processo spirituale di un Povero Servo, di una Povera Serva, delle Missionarie dei Poveri e dai laici; perché è il fondamento di una vita vissuta e maturata nell’amore. L’impegno quotidiano è lasciarsi penetrare dall’amore di Dio per riempire il nostro cuore delle sue ispirazioni e per aprirsi ai bisogni dei fratelli.
Parlando più concretamente, guardando la nostra vita e la situazione del mondo d’oggi e delle sfide che ci sono, credo opportuno sentire questa chiamata del Signore a vivere una esperienza fondante che cambi la vita della persona. Senza questa trasformazione del cuore non si può rinnovare la vita cristiana e consacrata.
«Dove nasce l’amore? Dov’è la sua origine e la sua fonte? Dov’è il luogo che lo contiene e dal quale proviene? Questo luogo è nascosto è nell’intimo dell’uomo. Da questo luogo esce la vita dell’amore, poiché “dal cuore procede la vita” (Pr 4,23)» . La radice da cui proviene l’amore è più profonda della sua vita cosciente, è più intima e segreta dello stesso desiderio in cui si manifesta, precede le motivazioni coscienti dei nostri atti. Perciò quando si parla di formazione come trasformazione del cuore si deve vedere nella profondità della persona queste motivazioni. Mi ha sempre colpito molto nella vita dei santi, e soprattutto di San Giovanni Calabria, la loro profondità. Una profondità che converge nell’amore e unità con Dio, e nello stesso tempo nella vicinanza agli altri. Lui è stato chiamato “una pianta sensitiva”, una persona aperta a Dio e all’uomo.
Con tutto ciò che abbiamo detto fino adesso, ci rendiamo conto che questa trasformazione del cuore non può accadere semplicemente con alcune lezioni di “formazione” o “informazioni” a livello razionale, ma con una esperienza fondante con il Dio Amore che ci fa vivere in comunione con Lui. Senza quest’esperienza non avviene la trasformazione del cuore, rimaniamo nella superficialità. È per questo che nella vita cristiana e nella vita religiosa si constata tanta superficialità e mancanza d’esperienza d’amore. La perseveranza nella vita consacrata dipende da questa esperienza che prima o poi deve accadere nella nostra vita, altrimenti si cercano altre strade che non aiutano la persona a questo incontro radicale con Dio e il suo amore. «Il Cammino spirituale dice che tutto può essere trasformato. Ma può essere trasformato solo ciò che noi accettiamo e guardiamo. Il pericolo è che qualcuno non sia pronto a guardare la propria verità. Allora non prende la strada della trasformazione, ma la strada della compensazione che lo porta in un vicolo cieco» .
La vita cristiana e religiosa non si possono mantenere senza una profondità e una esperienza dell’amore di Dio, altrimenti davanti ai problemi e alle difficoltà della vita crolla tutto. Gesù è molto chiaro nel Vangelo quando parla della casa edificata sulla sabbia o sulla roccia: “… Perciò chiunque ascolta queste mie parole e le mette in pratica è simile a un uomo saggio che ha costruito la sua casa sulla roccia. Cadde la pioggia, strariparono i fiumi, soffiarono i venti e si abbatterono su quella casa, ed essa non cadde, perché era fondata sopra la roccia. Chiunque ascolta queste mie parole e non le mette in pratica è simile a un uomo stolto che ha costruito la sua casa sulla sabbia. Cadde la pioggia, strariparono i fiumi, soffiarono i venti e si abbatterono su quella casa, ed essa cadde, e la sua rovina fu grande” (Mt 7,24-27). Il fondamento d’una vita cristiana e religiosa è Cristo, il suo amore in noi che ci rende capaci di affrontare le situazioni difficili che incontriamo nel quotidiano.
Cosa cerchiamo nella nostra formazione? Come viene organizzata la formazione iniziale e permanente su questo punto? Sono convinto, come già ho accennato in un’ altra parte della lettera, che la formazione permanente mantiene dinamica la formazione iniziale, rendendola viva. Per rendere più adeguata, forte e sentita la formazione iniziale dobbiamo cominciare da noi stessi, con la nostra formazione permanente.
Se l’amore è l’avvenimento di un incontro singolare, esso non si esaurisce nell’istante magico del suo primo darsi, nella meraviglia dello stupore con l’amato, ma invita a un cammino di purificazione e di maturazione verso la pienezza, e si radica in una verità sul bene, che ne garantisce l’autenticità.
Pur partendo da un sentimento non si ferma al sentimento, ma diventa scelta della volontà e opera concretamente nella storia di ognuno di noi, per costruire la comunione tra le persone. «Mentre l’amore è perpetuo, l’innamoramento è per la sua stessa natura a termine, e per continuare deve trasformarsi: deve passare dal livello affettivo a quello della volontà» .
Le nostre Costituzioni parlano di questo percorso formativo del Povero Servo: «La risposta alla chiamata di Dio nella vita consacrata postula un rinnovamento profondo dello spirito e un cambio di mentalità (cuore) che ispira tutto lo sviluppo futuro della nostra esistenza nel cammino incessante verso la radicalità evangelica: convertitevi e credete al Vangelo, rinnovatevi nello spirito della vostra mente e rivestite l’uomo nuovo» .

FORMAZIONE PER UNA PROFEZIA DELL’AMORE DI DIO NEL MONDO
Questa proposta di formazione come trasformazione nell’amore ci porterà – con l’aiuto dello Spirito Santo – a superare la nostra centralità, il nostro egoismo e i nostri interessi per rendere il nostro cuore più consapevole dell’azione di Dio nella nostra vita, pur riconoscendo che siamo, usando una espressione forte di don Calabria, “zero e miseria” davanti al grande progetto di Dio. Non possiamo annunziare ed essere profezia dell’amore di Dio nel mondo se non facciamo l’esercizio dello svuotamento di noi stessi, perché solo il Suo amore possa possederci in modo tale da trasfigurarci per mezzo della croce “perché la nostra vita proclami che Gesù Cristo è il Signore, a gloria di Dio Padre” (cfr. Fil 2,5-11).
Nella vita spirituale ci sono due vie, due strade: l’orientamento verso Dio o verso noi stessi. Capisco quando sono sulla strada dell’amore di Dio se sono aperto agli altri.
Nella formazione iniziale è molto importante «rendere la persona non solo docile, ma anche docibile, intelligentemente e attivamente disponibile a lasciarsi formare tutta la vita dalla vita, cioè in ogni circostanza, a qualsiasi età, in qualunque contesto esistenziale …»
In un progetto formativo è fondamentale chiarire la linea antropologica da seguire. Dio nel suo progetto originario ha creato l’uomo come realtà unificata – Anima, Mente, Corpo - e ha iscritto nell’umanità la vocazione, e quindi la capacità e la responsabilità dell’amore e della comunione . «In quanto spirito incarnato, cioè, anima che si esprime nel corpo e corpo informato da uno spirito immortale, l’uomo è chiamato all’amore in questa sua totalità unificata. L’amore abbraccia anche il corpo umano e il corpo è reso partecipe dell’amore spirituale» .
La formazione deve aiutare a costruire persone unificate, capaci di realizzare nella propria umanità la vocazione all’amore : «… È proprio della maturità dell’amore coinvolgere tutte le potenzialità dell’uomo ed includere, per così dire, l’uomo nella sua interezza …» . L’aspetto spirituale, psicologico e pedagogico della formazione devono quindi contribuire all’unificazione dell’uomo con Dio, che è il sogno originario di Dio sull’uomo. Come dice Benedetto XVI: «… Questa unificazione non è un fondersi insieme; è unità che crea amore, in cui entrambi – Dio e l’uomo – restano se stessi e tuttavia diventano pienamente una sola cosa» .
L’aspetto spirituale deve mirare all’incontro esperienziale con Dio Amore. L’aspetto psicologico deve aiutare per mezzo di colloqui motivazionali, che delineano la storia famigliare e la struttura psichica, a comprendere il significato della chiamata di Dio, della scelta di vita religiosa, dei voti, all’interno della storia personale di ognuno . L’aspetto pedagogico deve offrire quegli elementi che aiutano ad essere figure educative significative nei vari contesti dell’Opera per manifestare la Paternità-Maternità di Dio nel mondo secondo la centralità del nostro carisma. La formazione deve aiutarci a crescere nella maturità dell’amore per diventare con la grazia di Dio persone pienamente realizzate: ecco il centro della profezia del nostro essere religiosi, religiose e laici calabriani.
Vorrei soffermarmi a riflettere brevemente sulla dimensione umana - psicologica della formazione, che tuttavia non può essere separata dalla dimensione spirituale, e che però – come dice Amselm Grüm – aiuta a una consapevolezza della propria realtà umana. «Chi desidera diventare sacerdote o religioso o religiosa deve diventare consapevole di se stesso. Deve affrontare un processo di maturità umana […] Si tratta in primo luogo di una sana autocoscienza del proprio valore. Ho bisogno di intuire le mie capacità, il mio valore. Autocoscienza del proprio valore significa che io intuisco la mia unicità» . Propongo come linea da seguire, soprattutto per chi lavora direttamente nella formazione, quanto proposto dalla Chiesa per lo sviluppo delle qualità umane nel percorso formativo e l’uso della psicologia per aiutare le persone ad un cammino di unificazione .
A questo proposito, nella formazione, con un percorso psicopedagogico, si deve aiutare la persona a scoprire la sua realtà unificata, perché si orienti verso Dio e non verso se stessa. Amedeo Cencini precisa che in un processo di vera e propria formazione permanente, da un punto di vista psicologico, ci sono tre esigenze nell’essere umano: - Quella di scoprire e dare senso alla propria storia, passata e presente, e alla propria persona: è il bisogno di verità. - L’esigenza, ancora, di avere un centro di attrazione attorno al quale unificare le forze vive dell’affettività, della capacità di relazione e alterità, della sessualità, della fecondità umana. - L’esigenza, infine, che questa fonte di verità per la mente, ma che attrae pure il cuore, sia anche centro di trazione, che sappia assieme dare unità e mettere in movimento tutto l’apparato psichico e gli dia forza e determinazione . Il passaggio fondamentale che lui fa è integrare queste esigenze umane nella esperienza fondante della Pasqua: «Impossibile non cogliere la corrispondenza sostanziale tra queste esigenze e il ruolo e il significato della Pasqua nel progetto del Padre. La croce di Gesù è fonte di verità e al tempo stesso è sole che attira potentemente verso di sé […] nulla, infatti, come la croce dà all’uomo la certezza di essere amato, ma allo stesso modo nulla come la croce provoca ad amare, a fare dell’amore il criterio di ogni scelta» .
La persona che orienta tutto su se stessa non può arrivare mai a capire il senso dell’amore come agape, che significa donare la propria vita, dare la propria vita. Questa è la formazione che cambia il cuore, quando una persona mossa dallo Spirito può arrivare a dire: “offro la mia vita per te”; altrimenti continuiamo a formare persone (bravi sacerdoti, religiosi, laici) ma senza questa caratteristica essenziale di una persona che è piena dell’amore di Dio e lo trasmette con la sua vita nel quotidiano. «Nella croce del Figlio si è manifestato l’amore del Padre: è il momento più alto della teofania, ove esplode la verità, del Dio amante e dell’uomo amato, del Dio che non esita a scendere fino al livello più basso per mostrare l’amore per l’uomo, trasformando la morte in vita e il male in bene, e il peccatore in giusto […] La croce ha esercitato la sua forza di attrazione su tutta la terra e ha attirato a sé tutti gli uomini» .
In questo sessennio vorrei che potessimo fare una vera riflessione sull’impostazione della formazione, prendendo in considerazione i progetti formativi già elaborati, per fare una verifica se aiutino veramente a condurre le persone a diventare pienamente mature nella loro vocazione all’amore. Penso che alle volte mettiamo molto l’accento sulla preparazione di religiosi, religiose, sacerdoti e laici “per fare” e non “per essere”, prima di tutto, persone che fanno esperienza dell’amore e trasmettono questo amore nella loro vita. Concretamente tramite la “commissione centrale per la formazione”, che include la presenza dei laici, vogliamo animare i percorsi formativi per raggiungere gli obiettivi fin qui esposti. Però credo indispensabile che nelle comunità si senta fortemente il bisogno di momenti di preghiera, di condivisione della Parola, offrendo spazi e opportunità ai laici per iniziare e promuovere i “gruppi di fermento”, anima delle proprie attività. Questa proposta sia offerta a coloro che desiderino fare un’esperienza forte ed esistenziale della spiritualità calabriana, per diventare a loro volta testimoni ed animatori del carisma.
È importante tener conto della cultura d’ogni nazione dove siamo presenti, dialogare e conoscerci reciprocamente, ma è fondamentale che le comunità facciano sempre riferimento al carisma di Don Calabria diventando così piccoli “focolari” dove si possa fare l’esperienza dell’amore di Dio. Solo queste esperienze possono attirare nuove vocazioni sacerdotali, religiose e laiche per tutta la Chiesa con lo spirito dell’Opera.
Scriveva Sor. Maria Galbusera nella regola di vita del 1915: «Nell’amore sta il compimento della legge perché esso solo è il segreto dell’obbedienza perfetta, della povertà, della castità, il segreto di tutta la vita religiosa. L’anima che ama, la sposa innamorata dello Sposo, lo cerca, lo chiama, lo trova dappertutto. Ogni dovere, ogni gioia, ogni croce, ogni dono, ogni privazione, ogni luce, ogni tenebra, tutto per essa è il suo Dio, e riposa sul Cuore del Diletto. Abbandonata perdutamente in Lui, che s’incarica di nutrirla, di illuminarla, di rendersela degna di plasmarla, e di modellarla, secondo i disegni del suo Cuore; essa lo lascia fare, non distinguendo più fra il patire e il godere qual sia il gaudio più grande, non comprendendo che una cosa sola: Lui solo, Lui sempre …» . Vediamo con quanta profondità e convinzione le prime sorelle e i primi fratelli hanno vissuto questa esperienza dell’amore nel quotidiano. Cercare sempre il Signore, ecco il segreto della nostra vita consacrata e cristiana. Il centro della nostra vita è nell’amore e nella comunione con Cristo, questo non vuol dire che sia un amore romantico: è quell’amore che si vive tramite la croce e il dolore.
In relazione a quanto detto fino ad ora, ci sono troviamo molti suggerimenti per fare una revisione della nostra vita e della formazione che proponiamo alle nostre comunità e alle persone che si avvicinano all’Opera.
Quale formazione? Quale stile di vita per un membro dell’Opera oggi?
Mi sembra chiaramente di aver capito nella mia vita, pur dovendo ancora crescere per tanti aspetti, che è una questione fondamentale il nostro essere prima del fare. Anzi, non si può fare se non si è prima di tutto. Perciò chi dice che già fa tutto nella vita e che non ha bisogno di formazione, si stanca e non cammina più. Da questo punto di vista la formazione, che diciamo essere una trasformazione nell’amore, è un processo che comincia un giorno nella nostra vita e finisce solo nell’incontro totale e definitivo con Cristo, l’Amato, guidati dallo Spirito Santo. In questo senso la via sempre conduce alla croce, come l’ha vissuta Don Calabria. Non si può pensare a una formazione iniziale e permanente in questa ottica senza fare l’esperienza di croce-amore nel quotidiano.

FORMAZIONE PERMANENTE, QUOTIDIANITÀ NELLA COMUNITÀ
Nella prima lettera parlavo di recuperare la “mistica del quotidiano” come una proposta concreta di formazione: «Per quanto riguarda la formazione permanente dobbiamo scoprire la ricchezza e il valore del quotidiano, la cosiddetta “mistica del quotidiano”, per la crescita e la perseveranza nella nostra vocazione. In questo senso la comunità ha un valore insostituibile per garantire la crescita dei singoli religiosi. […] Tutto il processo evolutivo di un progetto di Congregazione dovrebbe portare giustamente a un senso progressivo di adesione al carisma … La formazione permanente, infatti, è una formazione a un senso sempre più forte e trasparente di appartenenza» .
Vorrei qui parlando della formazione permanente approfondire ciò che significa per noi membri dell’Opera vivere principalmente la dimensione della quotidianità. Sono convinto che la risposta sempre nuova e gioiosa alla nostra vocazione si approfondisce e realizza nel quotidiano. Questa formazione si sostiene solo con una profonda vita spirituale e di preghiera, che mi porta a rivivere/vivere l’incontro d’amore con Dio nel quotidiano per essere Vangeli viventi. La nostra missione comincia quando in ginocchio davanti al Signore, apriamo il cuore alla Parola che ogni giorno indica il cammino alla nostra vita nella Sua volontà. La preghiera è inserita nella vita e la vita si fa preghiera quando abbiamo questa unità.
Il dramma nella vita religiosa e dell’uomo attuale è che non prega. Pregare è amare e dialogare con Dio. L’uomo ha bisogno di stare in ginocchio, di fare silenzio, di penetrare nella sapienza di Dio, di entrare nella pienezza della luce. Sotto l’azione dello Spirito Santo la nostra intelligenza diventa intelligenza d’amore e scopriamo che certe meraviglie si capiscono solo amando. In questo dialogo di amore, proprio perché amiamo, il nostro cuore diventa prudente, saggio, equilibrato, gioioso e coraggioso. “Rimanete in me e Io in voi” dice Gesù. La vita mistica vuol dire una vita che contiene il mistero del Dio presente in noi. “Cercate prima il Regno di Dio e la sua giustizia, e tutte queste cose vi saranno date in aggiunta. Non affannatevi dunque per il domani, perché il domani avrà già le sue inquietudini. A ciascun giorno basta la sua pena” (Mt 6,33-34). Chi meglio di noi, figli e figlie di Don Calabria, può capire e vivere la mistica del quotidiano con l’abbandono totale nelle mani di Dio Padre e l’affidamento alla sua Divina Provvidenza. Per noi la formazione permanente nel quotidiano è l’impegno a cercare prima il Regno di Dio che si concretizza nell’impegno di ravvivare nel mondo la fede e la fiducia in Dio, Padre di tutti gli uomini, mediante l’abbandono totale alla sua divina Provvidenza, intensamente vissuto e chiaramente testimoniato in tutte le vicende personali e comunitarie e negli eventi storici nel mondo . Questo ci fa vivere una dimensione soprannaturale nella vita quotidiana, nella sofferenza e nella vicinanza ai più poveri e agli ultimi.
«L’ambiente naturale della formazione permanente è la comunità in cui il Signore ci ha collocato. Perciò prima di ogni altro, la comunità è corresponsabile della formazione permanente …». La comunità è l’ambito naturale dove si fa questo percorso importante, perciò vuol dire che dobbiamo aiutarci, perché la comunità non è una realtà ideale: io sono membro e parte della comunità.
Don Calabria ci teneva tanto alla “Casa” come ambiente naturale della formazione e faceva di tutto perché i religiosi, i laici e gli allievi ricevessero una formazione secondo lo spirito puro e genuino. E proprio a questo riguardo vorrei ricordare che il Bollettino “L’Amico” è nato come uno strumento di formazione permanente che don Calabria volle per i suoi ragazzi, anche se egli non ha mai usato la parola formazione permanente. Così scriveva: «È proprio per mantenervi sempre più uniti a questa Casa, che vi presento con cuore di padre questo Bollettino; ho pensato lungo tempo prima di decidermi, ed ora mi sembra nel Signore che sia giunto il momento di iniziare l’uso di questo nuovo mezzo potente che è la stampa, per dire spesso a voi, ogni mese, una buona parola che valga a cementare sempre più e sempre meglio la vostra unione d’affetti alla Casa …»
In merito a questo argomento vorrei anche dire ai laici che la vostra formazione permanente dovete cercarla nella comunità che per voi ha tre espressioni: comunità famiglia, comunità parrocchiale e comunità dell’Opera, cioè la “Casa”. Abbiamo una grande responsabilità per la nostra formazione permanente di ogni religioso, religiosa, ma anche dei laici nell’ambito della collaborazione che la Chiesa ci chiama a vivere in profonda unità. Nella lettera per l’anno sacerdotale il Papa scrive: «L’esempio del Curato D’Ars mi induce a evidenziare gli spazi di collaborazione che è doveroso estendere sempre più ai fedeli laici, coi quali i presbiteri formano l’unico corpo sacerdotale e in mezzo ai quali, in virtù del sacerdozio ministeriale, si trovano per condurre tutti all’unità della carità “amandosi l’un l’altro con la carità fraterna, prevenendosi a vicenda nella deferenza” (Rm 12,10). È da ricordare, in questo contesto, il caloroso invito con il quale il Concilio Vaticano II incoraggia i presbiteri a riconoscere e promuovere sinceramente la dignità dei laici, nonché il loro ruolo specifico nell’ambito della missione della Chiesa […] Siano pronti ad ascoltare il parere dei laici, considerando con interesse fraterno le loro aspirazioni e giovandosi della loro esperienza e competenza nei diversi campi dell’attività umana, in modo da poter insieme a loro riconoscere i segni dei tempi» .
Nell’unità e collaborazione con i laici don Calabria ha messo sempre in evidenza l’importanza della famiglia come cellula dell’umanità. Importante in quest’ora attuale per l’Opera essere punto di riferimento ed accompagnare le famiglie nella loro vocazione, perché diventino luogo in cui si rende visibile l’amore di Cristo. «È una difficile, ma nobile e grande missione quella della famiglia, nella quale Dio si degna di prendere tra gli uomini dei collaboratori per popolare il mondo e il cielo di anime. La salvezza dell’umanità sta nel risanamento e cristianizzazione della famiglia. Bisogna che Gesù sia il Re della famiglia e il suo spirito aleggi nelle nostre case. Lavoriamo a tutto potere per salvare la famiglia, cellula dell’umanità, affinché ritorni al suo posto di nobiltà e di santità. Non si risparmi fatica per ricostruire su basi cristiane le famiglie che si vanno formando, e per far ritornare alla loro nobiltà quelle che se ne sono allontanate. Rifiorisca la vita cristiana, perché sia osservata la santa legge di Dio, venerato e rispettato il focolare domestico, perché si stabilisca la pia abitudine della preghiera in privato e in comune, la frequenza ai Sacramenti,la santificazione della festa. Che intorno al focolare domestico si raccolgano abitualmente tutti i membri, come riuniti in un cuor solo e in un’anima sola, dividendo gioie e dolori intimi, rinsaldare i vincoli che legano gli uni gli altri nella stessa casa. Ogni sera il capo di casa raccolga intorno a sé i membri della sua diletta famiglia e legga adagio la pagina del Vangelo che in questo libro viene proposta; se si sentirà di aggiungere una sua parola, sappia che come capo di famiglia ha una speciale investitura sacerdotale e la sua parola sarà benedetta dal Signore» .
Il ritorno in Galilea, richiesto dal Capitolo, può diventare una realtà solo se cerchiamo nel quotidiano i mezzi perché questo rinnovamento avvenga prima di tutto all’interno dell’Opera.

MEZZI E STRUMENTI PER UNA FORMAZIONE CONTINUA
Alla sorgente di tutta la formazione e trasformazione nell’amore c`è lo Spirito Santo che ci fa progredire e ci aiuta a rinnovarci ogni giorno unificando la nostra vita con una chiamata costante alla conversione. Da parte nostra dobbiamo avere una disponibilità attiva e vigile alle sue proposte e ispirazioni sia attraverso i mezzi da Lui proposti, come anche attraverso i “segni dei tempi” che dobbiamo essere in grado di leggere ed accogliere.
Le nostre Costituzioni ci specificano il cammino da seguire con gli obiettivi e i mezzi concreti per una formazione continua .
Vorrei però indicare alcune vie da percorrere, in questa prospettiva della formazione come trasformazione nell’amore, che ritengo molto importanti sia per la formazione iniziale come per la formazione continua o permanente.

 IMPARARE AD AMARE
«Un problema urgente. Di ritorno dai suoi viaggi attraverso i lebbrosari di tutto il mondo, Raoul Follereau ebbe un’udienza dal Papa. Versò nel cuore del Papa tutte le sofferenze che aveva visto. Ci fu un grande silenzio. Poi Giovanni Paolo II prese le mani di Roul Follerau nelle sue e con un tono di voce accorata disse: “Ciò che è necessario è insegnare agli uomini ad amarsi”. Urge l’educazione all’amore. Il Papa aveva detto nella “Redemptoris Hominis”: “L’uomo non può vivere senza amore. La sua vita è priva di senso se non gli viene rivelato l’amore, se non si incontra con l’amore, se non lo sperimenta e lo fa proprio, se non vi partecipa vivamente”. Amare è entrare nella vita di Dio, amare è aprire gli occhi sui bisogni dei fratelli, amare è rimboccarsi le maniche per il fratello, amare è dare e darsi, amare è servire è lavare i piedi è chinarsi davanti al fratello, amare è avere il cuore sensibile e buono, amare è comandare i pensieri gestire nella bontà i propri giudizi, amare è saper gestire le parole, amare è dimenticare il male ricevuto, amare è prima della preghiera, amare è aprire il cuore anche al nemico, amare è imitare la misericordia di Dio» . Questo ci fa pensare a don Calabria e al suo invito sin dall’inizio nelle prime regole: “Guardarsi come fratelli e come tali amarsi e aiutarsi nella vita spirituale”. È Dio che ci insegna ad amare, perché Lui è amore e perciò per imparare ad amare dobbiamo ritornare alla sorgente dell’amore.

 IMPARARE A PREGARE
«Dobbiamo ricorrere spesso e con fiducia alla preghiera; ma non a una preghiera fatta a fior di labbra, ma alla preghiera che parte dal cuore, perché solo allora ne sperimenteremo l’efficacia. Un santo dice che la preghiera è l’onnipotenza dell’uomo e la debolezza di Dio. In particolare, ricorriamo con fiduciosa insistenza allo Spirito Santo, unico vero Maestro della vita interiore e che prega per noi, come dice l’Apostolo, “con gemiti ineffabili” (Rm 8,26)» .
Vedo come sia necessaria la preghiera del cuore per un vero cammino di formazione iniziale e permanente facendo dei percorsi non “corsi” di preghiera, perché pregare non è solo dire parole, ma è un allenarsi continuo nel silenzio lasciandoci amare, esprimendo a Dio la volontà di amarlo con tutte le forze. La preghiera è l’anima della nuova evangelizzazione e fonte indispensabile dell’efficacia del nostro apostolato, perciò è molto importante e viene considerata come attività principale per noi Poveri Servi .
«… La preghiera del cuore è un atto di fede che, poggiando sulla forza dello Spirito Santo, soffio vitale della nostra preghiera, parte dal silenzio interiore e porta a Dio, orientando la volontà umana all’adesione perfetta della volontà di Dio […] È difficile amare. Ad amare si impara. Per questo l’esempio quotidiano della preghiera del cuore assume una portata immensa. Dobbiamo appassionarci tanto nella preghiera del cuore da non concepire la preghiera senza un vero impegno di amore» .

 LECTIO DIVINA
Riprendendo quello che avevo scritto nella mia prima lettera, «… La Lectio Divina deve essere il motore e il pane quotidiano per una intimità con il Signore fondata sulla Sua Parola. Le Costituzioni lo dicono chiaramente: “la preghiera è la prima attività di un Povero Servo”» . Come avevamo accennato parlando della trasformazione nell’amore nella Bibbia, uno degli atteggiamenti è l’ascolto con il cuore. La Lectio Divina è un allenamento profondo per entrare nella profondità della Parola di Dio e farla diventare vita della nostra vita, come dice San Gregorio Magno: «Mettiti d’impegno, ti prego, e trova il modo di meditare ogni giorno le parole del tuo Creatore. Impara a scoprire il cuore di Dio nelle parole di Dio. Tanto più profonda sarà la tua pace, quanto più viva e incessante sarà la ricerca dell’amore di Dio» .

 PREGHIERA LITURGICA
«Vi raccomando la pietà soda e sentita. La nostra sia soprattutto pietà eucaristica, pietà mariana. Oh, se gli uomini riuscissero a capire che l’eucarestia è il sole dell’umanità e che da questo sole dipende la nostra vita e la nostra vera gioia quaggiù in terra e lassù nel cielo! La sola S. Messa celebrata con la fede dei Santi sfonda le fortezze diaboliche e da vigoria alla nostra povera debolezza. La Santa Messa, fonte di ogni altra Grazia, oh, come deve essere celebrata! Una santa Messa devotamente celebrata: quanta ricchezza per le anime nostre, per il nostro ministero, per l’Opera! È un’ora di gioia intima, con i fratelli e con Dio. È il centro della nostra vita e della nostra giornata. L’Eucaristia è la devozione caratteristica della nostra Opera: Gesù vivente in mezzo a noi, dimorante nei nostri Tabernacoli, che ci invita a sé per consolarci e santificarci, che ci promette la vita eterna: che cosa possiamo cercare di più e di meglio? […] A Gesù, però, si va per mezzo di Maria. Siamo devoti alla cara Madonna, veneriamo in Lei soprattutto il grande privilegio della sua Immacolata Concezione …»
Mentre progrediamo nell’amore alla preghiera interiore deve crescere in noi la stima e l’amore alla preghiera liturgica. Ecco come ne parla la Chiesa: «Le Lodi e i Vespri assumono una grande importanza, perché rivestono il carattere di vere preghiere del mattino e della sera. È la preghiera che Cristo col suo Corpo rivolge al Padre, dobbiamo riconoscere l’eco delle nostre voci in quella di Cristo, e quella di Cristo in noi. […] La Sacra Scrittura diventi realmente la fonte principale di tutta la preghiera cristiana» . «Dalla liturgia, e particolarmente dall’Eucaristia, deriva in noi come da sorgente la grazia e si ottiene con la massima efficacia quella santificazione degli uomini, e glorificazione di Dio in Cristo, verso la quale convergono, come a loro fine, tutte le altre attività della Chiesa» .

 STRAORDINARIETÀ DELL’ORDINARIO
«Noi siamo sempre tentati di evadere e cercare condizioni migliori altrove, giustificando magari la nostra mediocrità con l’alibi dell’ambiente o delle persone con cui ci è dato di vivere, o lamentandoci di quel che ci riserva la vita d’ogni girono, perché debole e limitato, o ripetitivo e banale, o troppo semplice o eccessivamente ordinario. Un po’ come Naaman il Siro, che s’arrabbia di fronte alla proposta giudicata troppo banale, addirittura irrispettosa per uno come lui, da parte del profeta. Invece la formazione permanente nasce dalla fede elementare nel mistero del vivere ordinario, diventa possibile a partire dall’accettazione incondizionata di esso nella sua ferialità a volte grigia, senza forzature o fughe; è convinzione che la vita ti forma se tu la rispetti, se l’accogli dalle mani d’un Altro, se non pretendi di dominarla, correggerla, cancellarla in qualche parte, togliere qualche spigolo, renderla più gradevole o più grande, quasi procreandola artificialmente …»
«Ogni mattina il Signore ci fa sentire che il giorno è suo, come Buon Padre, che dobbiamo aspettare tutto da Lui […] Lui ci lavora tutto il giorno […] Il Signore vuole che lo lasciamo fare, lasciarlo che ci prepari tutto: riposo, lavoro, sacrifici […] lasciandoci portare da Lui» .

Ci sono tanti mezzi che abbiamo alla nostra disponibilità per crescere nella vita spirituale, fondamento principale della nostra formazione, basta vedere ciò che è indicato nelle nostre Costituzioni, nella parte VII, parlando sulla nostra preghiera . Come scriveva don Calabria alle religiose: «Mettete sempre al primo posto la preghiera: “Senza di me - dice Gesù - non potete far nulla". Per quante doti aveste di natura, abilità, scienza, robustezza, parola avvin¬cente, ecc., tutto è zero, che non vale niente se non c'è davanti l'Uno che è Iddio. Con quell'Uno darete valore a tutto quello che fate, anche alle minime cose, alle più insignificanti azioni quotidiane. State dunque strettamente unite a Dio, con la vera e soda pietà, esercitata con quelle pratiche che la re¬gola prescrive: ma sempre con l'amore filiale, col trasporto proprio della sposa verso lo Sposo» .

FORMAZIONE E MISSIONE, FORMAZIONE ED EVANGELIZZAZIONE
Una formazione che trasforma il cuore nell’amore non può lasciare la persona indifferente alla evangelizzazione. Questo è stato dall’inizio il sogno di don Calabria: formare religiosi, sacerdoti e laici di spirito apostolico disposti a tutto. La particolarità del nostro carisma ci spinge ad insistere nella formazione sin dall’inizio e nella formazione permanente a vivere questo ideale missionario che è all’origine della Chiesa nell’espressione di San Paolo “Non è infatti per me un vanto predicare il Vangelo; è un dovere per me: Guai a me se non predicassi il Vangelo!” (1 Cor 9,16).
Abbiamo celebrato in questi giorni il cinquantesimo della presenza dell’Opera in America Latina, segno dell’inizio dell’attività missionaria dell’Opera nel mondo. Con queste parole ci accoglieva Monsignor Viola vescovo di Salto l’8 Settembre 1959: «… Ringrazio Dio per l’arrivo dei Poveri Servi a questa diocesi che ha tanto bisogno; e ringrazio i superiori che hanno scelto la povertà e i più abbandonati per cominciare “l’opera missionaria”, seguendo così la strada tracciata dall’amato don Calabria e il suo “spirito puro e genuino”. Ringrazio anche per la vostra sentita adesione alla richiesta di questo povero vescovo, che comunque indegno, occuperà da oggi in poi il luogo del vostro Padre don Luigi per aiutarvi come richiesto da lui e secondo il mio dovere, per compiere i “disegni dell’ora attuale” che ha vissuto don Calabria, però soprattutto perché possiate conservare e vivere intensamente lo spirito puro e genuino dell’Opera dei Poveri Servi della Divina Provvidenza …» .
La missione principale che Dio affida all’Opera è quella di ravvivare nel mondo la fede e fiducia in Dio Padre, con tutte le sfide che ci sono nel mondo contemporaneo. «Occorrono gli esempi. All'esempio dei primi cristiani si convertivano i pagani. Spesso ci si illude quando le folle accorrono alla chiesa in certe circostanze; questo non basta; è necessario evangelizzare l'individuo, formare la famiglia cristiana, rendere i fedeli consapevoli della loro fede; e tutto questo di¬pende da noi; perché irradiamo anche senza saperlo; come la radice porta la linfa fino alle ultime foglioline di un grande albero, così anche noi possiamo e dobbiamo portare la linfa di Nostro Signore Gesù Cristo "usque ad finem terrae", alle anime che vivono agli estremi confini della terra» . Queste parole profetiche di don Calabria trovano visibilità nel nostro impegno quotidiano di evangelizzazione e di servizio concreto agli ultimi, attraverso i quali possiamo riaccendere nel mondo la luce della fede e dell’amore.
Benedetto XVI nella sua ultima enciclica ci aiuta a fare una lettura della società alla luce della verità e della carità come fondamento per l’evangelizzazione del mondo contemporaneo: «… L’amore nella verità – caritas in veritate – è una grande sfida per la Chiesa in un mondo in progressiva e pervasiva globalizzazione. Il rischio del nostro tempo è che all’interdipendenza di fatto tra gli uomini e i popoli non corrisponda l’interazione etica delle coscienze e delle intelligenze, dalla quale possa emergere come risultato uno sviluppo veramente umano. Solo con la carità, illuminata dalla luce della ragione e della fede, è possibile conseguire obiettivi di sviluppo dotati di una valenza più umana e umanizzante. […] La Chiesa non ha soluzioni tecniche da offrire […] Ha però una missione di verità da compiere, in ogni tempo ed evenienza, per una società a misura dell’uomo, della sua dignità, della sua vocazione. […] La fedeltà all’uomo esige la fedeltà alla verità che, sola, è garanzia di libertà (cfr. Gv 8,32) e della possibilità di uno sviluppo umano integrale …»
In questa società e in questa Chiesa il Signore chiama noi membri dell’Opera, a dare l’umile contributo della nostra spiritualità, quindi abbiamo una grande responsabilità soprattutto nel campo della formazione, nel preparare persone che con la loro vita siano segni dell’amore di Dio nel mondo.
Lasciamoci provocare anche dallo slancio missionario che la Chiesa in America Latina propone con l’ultimo documento dei vescovi in Aparecida: «Essere discepoli e missionari di Gesù» . Interessante vedere che prima dobbiamo essere discepoli, camminare e formarci alla scuola del Maestro per poi annunziare la Sua vita e il Suo amore nel mondo.

CONCLUSIONE
Arrivando alla fine del percorso della lettera, mio caro fratello e mia cara sorella, sicuramente ti sei domandato tante cose, come mi sono domandato io mentre maturavo questi pensieri e ispirazioni vicino al santuario della Madonna delle Grazie. Credo sia urgente per tutta l’Opera impegnarsi sempre di più sulla formazione come trasformazione del cuore nell’amore per diventare “Vangeli viventi” e portatori dell’amore di Dio nel mondo d’oggi.
L’insistenza, che avete trovato nel percorso della lettera, è data dal fatto che la formazione non riguarda momenti o certe situazioni della nostra vita, ma è un atteggiamento costante tramite il cammino proposto da Gesù ai suoi discepoli: Parola – Ascolto – Purificazione – Configurazione – Missione nell’amore, per amore e con amore.
Propongo, perciò, con insistenza un cammino spirituale intenso per vivere all’altezza della nostra vocazione. La vita spirituale non si improvvisa secondo i bisogni che abbiamo ogni giorno, ma è un costante camminare sulle alte vette dell’amore. Penso sia necessario insistere alla fine sul progetto di vita personale che ci aiuta ad organizzare la nostra vita spirituale con le priorità irrinunciabili per fare un percorso formativo che ci aiuti a crescere e trasformarci nell’amore: “Le grandi acque non possono spegnere l’amore ne i fiumi travolgerlo. Se uno desse tutte le ricchezze della sua casa in cambio dell’amore, non ne avrebbe che dispregio” (Ct 8,7).
Maria, Madonna delle Grazie, ci accompagni nel cammino di trasformazione nell’amore. A Lei chiediamo di vivere con atteggiamenti d’ascolto la Parola per farla carne. E Lei, icona della vita consacrata e del femminile dedicato a Dio, ci indichi la strada per fare sempre e ogni momento la volontà del suo Figlio, come nelle nozze di Cana quando ha detto ai servi: “fatte quello che vi dirà” (Gv 2,5). A Lei chiediamo la sua intercessione per mettere in pratica la Parola e per diventare Vangeli viventi sulla via della santità. Così Cristo potrà trasformare l’acqua in vino e donarlo a tutta la Famiglia Calabriana, che a sua volta potrà portare il vino nuovo e abbondante dell’amore di Dio nel mondo.
In questo anno sacerdotale chiediamo l’intercessione di Don Calabria nostro Padre, perché ci indichi le strade da percorrere per vivere come lui ha vissuto, e risvegli in tutti noi il desiderio di vivere lo spirito puro e genuino secondo la nostra vocazione e missione all’interno dell’Opera.
Affidandomi alle vostre preghiere e portando ognuno di voi nel mio cuore, vi saluto e benedico tutti con profondo affetto in Cristo Gesù.


P. Miguel Tofful

Verona, 8 Ottobre 2009
Festa Liturgica di San Giovanni Calabria